'El fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes'


jueves, 7 de junio de 2012

El corazón de Preciado se apagó.

Hubiera querido no escribir las palabras que escribiré. Hubiera querido que hoy fuera un día más, como otro cualquiera y que nada lo hubiera empañado. Hubiera querido despertarme con una sonrisa y no haber derramado alguna que otra lágrima pocos segundos después de haber encendido la radio. Hubiera querido que esto no se pareciera tanto a esas pesadillas que parecen no tener fin. 

Hubiera querido hablar de su regreso a un banquillo y no de su adiós. 

Hubiera querido que no se marchara. Hubiera querido que siguiera aquí.


Pero el corazón de Manolo Preciado -tan enorme como era- decidió llevarme la contraria y arrebatárnoslo para siempre. Dijo 'basta' y se apagó sin avisar. El suyo se apagó y el de los que formamos parte del mundo del fútbol, activa o pasivamente, se encogió, incapaz de aceptar algo tan inesperado como terrible. La vida, que tantos golpes le había dado, que tanto dolor sembró en él, que tantas personas arrancó de su lado, volvió a cebarse con Manolo. La crueldad del destino se cruzó de nuevo con alguien a quien no importaba no conocer. Su cercanía era tal que bien podría haber pasado por un amigo más de esos que coleccionamos a lo largo de los años y por el que nunca se agota ese cariño que en algún instante u otro surge. 

Y ya no volverá. El mismo Preciado que nos enseñó a caminar hacia adelante sin mirar atrás, a sobreponerse a las tragedias de la vida, a seguir luchando incluso en los momentos más tristes y más duros. El mismo Preciado que hizo del fútbol su mejor terapia y que tan grande lo hizo. 

Y puede que sí. Mañana volverá a salir el sol. Pero él ya no estará. 

Y es que a pesar de que han pasado casi 24 horas desde su adiós, aún me cuesta digerir que el corazón de Preciado se ha apagado para siempre.

Allá donde estés, Manolo, DEP.


lunes, 28 de mayo de 2012

Riazor vuelve a sonreír

Difíciles de abrazar, por no decir prácticamente imposibles, los finales felices parecen ser esos eternos fugitivos con los que nos cruzamos en algún que otro momento en nuestras vidas, aunque nos empeñemos una y otra vez en perseguirlos sin descanso hasta intentar alcanzarlos. De hecho, incluso en algunas ocasiones, cuando creemos haberlos atrapado, se escapan de nuestras manos. Por mucho que cerremos los puños, por mucho que pretendamos impedir su salida. Aún así, y aunque cueste encontrarlos, los finales felices existen. Quizás sean pocos, pero suficientes, y hallar uno de ellos es siempre un motivo para sonreír.

Ayer Riazor volvió a creer en ellos. Y los corazones de miles de aficionados deportivistas se encogieron de nuevo, aunque esta vez no lo hicieron para después, sino para reír. 372 días después, el Depor convertía en realidad una promesa que nació de una de las noches más tristes que el equipo blanquiazul ha tenido que digerir en los últimos tiempos. Las lágrimas derramadas tras aquel descenso que tanto dolió se transformaron en el empujón del que se han valido los hombres de José Luis Oltra para volver a la categoría de oro del fútbol español, como si el infierno de Segunda sólo hubiera sido un pequeño paseo que les regalaba una oportunidad única de renacer de sus propias cenizas, de resarcir los errores del pasado. 

'Lo que no mata, te hace más fuerte'. Eso dicen. Y el Depor no murió. Puede que tras la dramática jornada del pasado curso agonizara, pero no bajó los brazos en ningún momento. Hubiera sido mucho más fácil dejarse llevar y esperar a que la suerte se pusiera de su lado y conseguir así, quizás, que la propia inercia les condujera de nuevo a la categoría que abandonaron y que ahora han recuperado. Pero ese 'dejarse llevar' era más enemigo que amigo, y el equipo blanquiazul persiguió su propio final feliz a base de lucha y esfuerzo. 

No fue fácil. No fueron pocos los momentos en que se sufrió, en los que parecía que los fantasmas de antaño podrían tirar al traste todas las opciones del regreso más esperado. Hubo días en que todo iba bien, y muchos otros difíciles, en los que nada salió como debía. Diciembre fue, probablemente, el punto de inflexión. A partir de entonces, y tras encadenar 16 victorias en 18 partidos, los de Oltra quisieron dar un golpe sobre la mesa y hablar alto y claro: querían recuperar su lugar en Primera y lucharían por ello hasta el final. Y así lo hicieron.
Y jamás caminaron solos. No hubo silencios en Riazor. Ni reproches. El Depor consiguió su sueño de volver a estar entre los mejores del fútbol español, y lo hizo acompañado de una afición que esta temporada ha demostrado estar a la altura. De 10 el inagotable soporte que han concedido a unos jugadores que les han devuelto a cambio la sonrisa y la ilusión. Más que nunca, la afición deportivista se convirtió en el jugador número 12. Y aún cuando todo parecía complicarse más de la cuenta en las últimas semanas, nadie tiró la toalla y todos -jugadores, técnicos y aficionados- mantuvieron la esperanza hasta el último minuto. Sucedió en Tarragona ante el Nàstic (Xisco dio la victoria a su equipo en el 94') y también ayer ante el Huesca, al tener que remontar un partido que se le había puesto cuesta arriba tras el gol visitante y que hizo temblar a más de uno en su asiento o donde quiera que estuviera. 


La magia inmortal de Valerón. La confianza que concede Aranzubía. La versatilidad de Colotto. La innegable calidad de Guardado. Los goles de Riki y Lassad. Xisco disfrazado de héroe. El brillante trabajo de un Oltra que supo enderezar a un equipo golpeado por el infierno del descenso y resarcir cualquier herida abierta. El compromiso y el esfuerzo de ellos y otros muchos otros fueron los protagonistas en este capítulo de la historia del Depor quizás no tan grande como otros, pero que sí ha servido para renacer con más fuerza que nunca.



El Deportivo pareció hacer suyas esas palabras de 'permitido caer, obligatorio levantarse'. Y es que ayer Riazor se reencontró con la sonrisa.

Esta vez, sí hubo final feliz.






lunes, 7 de mayo de 2012

Nunca un 'adiós' fue tan un 'hasta siempre''.



Quien me conoce, sabe que odio las despedidas y, que a pesar de que no me gusta repetirla demasiado en voz alta, 'adiós' es una de las palabras más bonitas que existen para mí, pero también una de las más difíciles de decir. 

Puede parecer una paradoja, pero no lo es. Duele dejar atrás aquello que no quieres perder o que no quieres que se vaya, pero 'adiós' esconde y significa tanto... Por eso las despedidas que más cuestan afrontar son las que llegan cuando se ha sido muy feliz antes.


Por eso quizás a muchos se nos hizo un nudo en la garganta el pasado sábado mientras veíamos como Josep Guardiola se despedía de la que ha sido -y será siempre- su 'otra' casa. Reconozco que cuando anunció que el año que viene ya no sería él quien manejaría el timón del mejor Barça de la historia pensé que tampoco era para tanto y que este momento iba a llegar algún día. Al fin y al cabo, nada dura para siempre.


Pero yo, que tengo una habilidad especial para caer en el error una vez sí y otra también, volví a equivocarme. Creía que lo llevaba bien...hasta que llegó el Barça-Espanyol y todos los que estaban en el Camp Nou -y seguramente muchos otros en sus casas, independientemente del color de sus corazones- entonaron un adiós difícil. Esperado, sí, pero para el que quizás no estábamos preparados. 


Quizás por ello esa sensación de vacío. De silencio. De negar lo inevitable. De nada.

Recuerdo perfectamente el día que se hizo cargo del primer equipo. Y no lo he olvidado porque volví  a equivocarme, otra vez. Le dije a mi abuelo que Guardiola no duraría ni dos telediarios en el Barça, y que pronto todo el castillo se volvería a derrumbar. Y, sin embargo, 3 Ligas, 2 Champions League, 1 Copa del Rey, 3 Supercopas de España, 2 Supercopas de Europa y 2 Mundiales de clubs después, tuve que tragarme mis propias palabras. Y cuánto me alegro de haberlo hecho. 

La marcha de Pep es una mala noticia para el Barça, para sus seguidores, pero también para el fútbol, porque lo hizo más grande y le regaló un poquito de magia, haciendo las delicias de unos y otros allá donde quisiera que fuera. 

Y después de él, ¿qué? Nadie lo sabe, porque no es nada más que otra de esas preguntas que surgen a lo largo de nuestras vidas y que no tienen respuesta hasta que algo sucede. Si saldrá bien o saldrá mal, si le echará de menos o simplemente se le recordará por todo lo que hizo y consiguió...nada se sabrá hasta que nos crucemos de frente con la realidad, sea la que sea.

Guardiola se va, pero no somos pocos los que mantenemos la esperanza de que sólo sea por un rato y que en realidad sus palabras sobre el césped del Camp Nou el día de su despedida se puedan resumir en un 'hasta pronto'; un paréntesis que no se cierre, y una historia con puntos suspensivos en el que el final todavía no está escrito. 

Que sólo sea un 'adiós' tras el que se esconda un 'hasta siempre'.




miércoles, 25 de abril de 2012

Equivocarse...y caer.


‘Matémosle’ sin darle antes opción a poder levantar la cabeza tras un fracaso. Culpémosle de las derrotas. Dejémosle sin nuestro perdón cuando falle un penalty o cuando sus pies manden el balón al palo. Riámonos de sus lágrimas tras una mala noche o después de que el rival le deje a las puertas de un sueño. 
Hagamos que sus 243 goles vistiendo la camiseta con la que ha crecido se queden en nada. Abandonemos sus tres Balones de Oro consecutivos en el rincón más escondido de nuestra frágil memoria. 
Silenciemos las voces que se rindan ante él. Borremos de nuestras retinas las obras de arte más bellas jamás vistas sobre el césped que llevan su firma. Neguemos que todos, en algún momento u otro, nos enamoramos de él y de su fútbol. 
Quitémosle mérito a su lucha, tanto la que mantiene contra sus enemigos como la que le enfrenta a sí mismo. Pongámosle techo e impidamos que siga siendo capaz de agotar las palabras que hablen de él. Hagamos de su nombre –y del número 10- un tabú. Prohibamos que los niños quieran ser como él. 


Insistamos, incansables, en decir que ese pequeño que un día nos dijo que no olvidáramos su nombre no existió, y que sólo fue quien fue en la cabeza de quienes alguna vez soñaron con que había un mundo, el del fútbol, en el que la magia podía dejar de ser una utopía inalcanzable. 

Mantengámonos impasibles ante la realidad de que el fútbol es un reflejo más de la vida, en la que a veces se gana…pero también se pierde. Y que incluso los más grandes, pueden equivocarse alguna vez.

* * *

Leo, gracias por equivocarte y por enseñarnos que los errores, al fin y al cabo, siempre acaban haciéndonos un poco más fuertes. Y es que a veces, para ser el mejor -y Messi lo es y lo será a pesar de todo-, uno tiene que haber aprendido antes a caer.











domingo, 15 de abril de 2012

A veces un minuto destruye otros 92.

'A veces un minuto destruye 23 horas y 59 minutos'. Esto es lo que leí hace unos días, y hoy no he podido evitar acordarme de estas palabras cuando en el último suspiro, el Deportivo silenciaba Balaídos después de que uno de los hombres de José Luis Oltra pusiera el 2-3 final en el marcador de un gran derbi que ya arrastraba la etiqueta de 'Galicia calidade' y que no defraudó en absoluto.

En este caso, un minuto no destruyó 23 horas y 59 minutos, pero sí los 92 que duró la gran fiesta del fútbol gallego. A 1000 kilómetros, yo también he vivido el Celta - Depor, como si la distancia no fuera obstáculo alguno para sufrir con el gran partido que se han marcado unos y otros. Y es que el hecho de que los dos equipos gallegos manden al frente de la clasificación de la categoría de plata no es casualidad, y sobre el césped del templo vigués quisieron volver a demostrar que el año que viene quieren estar entre los mejores. En Primera. Sí. Ambos lo merecen. Y sería muy injusto que alguno de los dos se quedara a las puertas de ese cielo por el que llevan luchando a lo largo de todo este año. El Celta ya sabe lo que es quedarse con la miel en los labios -la temporada pasada cayó en los play-off de ascenso- y no quiere que se repita la misma historia de antaño, mientras que el Depor quiere cumplir con la promesa de volver cuanto antes que hizo instantes después de haber llorado por un descenso que dolió, y mucho, en Riazor, pero que también ha servido para curar viejas heridas y provocar que la afición blanquiazul y su equipo se vuelvan a abrazar como años atrás, a sabiendas que juntos son más fuertes.

Balaídos quería vestirse de gala para recibir al eterno rival, y lo consiguió. Inmejorable el aspecto que presentaban las gradas del estadio, ocupadas por aficionados de uno y otro equipo que no cesaron en su empeño por apoyar de forma incansable a Celta y Depor. Mentiría si dijera que no me hubiera gustado estar ahí, sobre todo en esos momentos previos al pitido inicial en que parece pararse el mundo y en los que los nervios y la ilusión se mezclan y se apoderan de ti.

Reconozco que no tenía muy claro qué iba a pasar en los minutos que estaban por venir. No sabía si los tres puntos se iban a quedar en casa, si iban a volar hasta Riazor o si los dos mejores equipos de Galicia iban a ser más amigos que nunca y repartírselos. Siempre hay un favorito, alguien que parte con ventaja, pero no. Esta vez, el futuro más inmediato estaba más que borroso. Aunque sí tenía una corazonada... la de que el partido que acababa de empezar nos iba a regalar grandes momentos. Y no fallé.

Empezó el Celta queriendo hacer lo de siempre, ser dueño y señor del balón, pero cuando apenas se habían consumido los dos primeros minutos de partido, Riki adelantó al Depor, dando el primer golpe sobre la mesa y reflejando que las intenciones de los coruñeses no se limitaban a un paseo por Vigo y sí a conseguir una victoria que les acercaría todavía más al ascenso directo soñado. Sin embargo, los hombres de Paco Herrera no bajaron los brazos y se hicieron con el control del encuentro. Parecía bailar el equipo celeste, que encerró al Deportivo en su propio campo y que insistió una y otra vez llevando mucho peligro a la portería custodiada por Aranzubía. Así fue el guión de una primera parte muy intensa, que sólo se vio empañada por la polémica generada entorno a la lesión del futbolista que había abierto el marcador, que acabó con el árbitro Miranda Torres negándose a parar el partido por estar Riki en el suelo y sin que Oltra le cambiara, y con una amarilla para el jugador deportivista.

La segunda mitad se inició siguiendo los parámetros de la segunda, aunque el Depor se mostró más fuerte en ataque. Prueba de ello fue el gol de Lassad en el 62, que ponía en ventaja a los herculinos y que pareció dejar sentenciado ya entonces el partido. ¿Quién iba a imaginar que los de Herrera se levantaría? Pero sí, lo hicieron, y devolvieron la esperanza a su afición, que a pesar de ir perdiendo, no calló y siguió animando a los suyos con el objetivo de que se mantuvieran vivos en la lucha que se estaba produciendo sobre el campo. Tras la salida de Valerón, el Deportivo vio cómo el Celta se lanzaba a por la remontada y cómo De Lucas acortaba diferencias a los cinco minutos del segundo tanto de los visitantes. Y cuando faltaban ocho minutos para el final, otra vez los de casa tiraban de épica y empataban gracias a Catalá un partido que el Depor había tenido en sus manos durante gran parte del mismo.

Y cuando todo parecía resuelto, cuando unos y otros ya se daban por contentos con el empate, apareció de la nada una falta que tras ser lanzada y posteriormente rechazada por Yoel, acabó en Borja, que remató con la cabeza y dejó el balón en el fondo de la red, poneindo el 2-3 definitivo en el marcador.

Y Balaídos calló. Y el Deportivo enloqueció. Habían ganado ese partido y estuvieron a punto de perderlo en los 90 minutos que duró para después volver a hacerse con él en el tiempo añadido, cuando las agujas del reloj a punto estaban de marcar ya el desenlace del derbi que durante tanto tiempo el fútbol había esperado.

Sí, esta vez, el Depor fue quién saboreó la victoria ante un gran rival que no mereció perder pero que lo hizo con la cabeza bien alta y luchando hasta el final.

Las luces se apagaron, y la fiesta del fútbol gallego se acabó.

Y en ese momento, sólo pude pensar en que quería que ese fuera el último Celta - Depor que tuviera que ver en Segunda.

sábado, 14 de abril de 2012

Balaídos nos invita a la gran fiesta del fútbol gallego

Galicia significa una pequeña gran parte de mí. Es mi cuna, y también ese trozo de cielo que todos nos empeñamos en buscar a lo largo de nuestra vida. Quizás por ello espero durante casi los 365 días del año que lleguen días como el de mañana.

Todo está preparado para la 'otra' gran fiesta del fútbol gallego. Y digo la otra porque Riazor y Balaídos se reparten el honor de acoger el partido que enfrenta a los dos mejores equipos de la tierra de las meigas.

Depor y Celta. Celta y Depor.

Quién ha tenido la oportunidad de vivirlo de cerca, sabe que no hay un derby como éste, donde nada está escrito, donde todo puede pasar. Y donde nunca falla la magia. Una lucha a muerte. Al todo o nada. Cuyo final se cierra en una sonrisa o en una lágrima. De esas historias de las que esperas demasiado y pocas veces defraudan, por no decir ninguna.

Mañana le toca el turno a Balaídos. Se llenará por primera vez en mucho tiempo. ¿Cuando fue la última vez que sucedió algo así? Casi nadie se acuerda en Vigo. Ni tan siquiera cuando el Celta se enfundó el traje de la Champions, todos los asientos del estadio tenían dueño. Y esto sólo es una muestra más de que el día de mañana no es un día cualquiera, sino especial. Y puede que un paso más en el camino que tanto Celta como Deportivo han construido esta temporada. Su destino final, Primera.

Su trayectoria hasta ahora, la de ambos, es irreprochable. Uno, al mando de José Luis Oltra, encabeza la carrera con un colchón suficiente que le hace soñar, todavía más, con su regreso a la categoría de oro del fútbol español un año después de haberle dicho adiós y cuando apenas faltan unas cuantas semanas para el final; el otro, con Paco Herrera al mando del timón, sigue el rastro de su eterno rival, mirando de reojo, eso sí, a un Valladolid que le pisa los talones.

Más no se puede pedir. Ambos equipos llegan en el mejor momento posible, habiendo demostrado a lo largo de todo este tiempo que la Liga de plata se les queda pequeña y que merecen algo más. Su fútbol refleja que este no es su lugar, y que el suyo, está entre los mejores.

Nadie sabe qué pasará mañana en Balaídos. Yo tampoco. Pero ojalá este sea el último derby gallego de Segunda.

martes, 10 de abril de 2012

La marioneta de Mourinho.

El show de Mourinho continúa. Ni se acaba, ni da tregua alguna. Cada día es un acto más de su gran obra de teatro, en la que no falta ningún detalle. Ni tan siquiera un títere o una marioneta a la que manejar.

Que Xosé Mourinho es uno de los mejores entrenadores que actualmente conviven en el mundo del fútbol es indiscutible. Sus números y su trayectoria, así como su palmarés, lo demuestran. No, no hay duda alguna. Pero de la misma manera que quien le discuta como técnico es un loco, tampoco hay que olvidar que ha creado alrededor de él un personaje al margen del Mourinho persona y del Mourinho entrenador que no gusta a todos y que, a veces, pone en peligro la estabilidad de su propio entorno y de quienes le rodean. Sus pasos y sus palabras levantan huracanes allí donde dejan huella y donde resuenan, y la polémica se ha convertido en su más fiel amiga.

Quizás es su escudo, su arma de protección, pero su faceta de showman ha empezado a sobrepasar unos límites que hacen tambalear los cimientos de su propio equipo. Sí, todos conocemos a 'Mou'. Ya sabíamos cómo era antes y lo comprobamos cuando aterrizó en el fútbol español, pero bien es cierto que el convertirse en el capitán de un barco tan colosal como el Real Madrid -no hay que olvidar que estamos hablando del mejor equipo del siglo XX- ha hecho que su otro 'yo' se haya magnificado tanto que incluso los que en un principio cerraron filas entorno a él se han dado cuenta de que eso no es bueno y rehúyen ahora del luso, que ha decidido que el silencio es la manera perfecta para mostrar su posición de 'yo contra el mundo'.

Antes hablaba. Mucho, demasiado y mal, en ocasiones llegando a menospreciar a colegas de su propio gremio, a rivales y los periodistas que tienen que llevar el pan cada día a su casa y que hacen su trabajo, de la misma manera que el deber de Mourinho recae en la función de dirigir a un grande como el Madrid y con el objetivo de llenar aún más las ya repletas vitrinas del Santiago Bernabéu.

Sin embargo, ahora Mourinho ha cambiado de estrategia. Ya no quiere estar en primera línea, ni ser el protagonista principal, aunque, es obvio, indirectamente sigue siéndolo. No, ahora calla. Dicen que para rebajar la tensión. Pero...¿qué tensión? ¿La que él mismo ha sembrado en su propio vestuario? Porque quien diga que no existen dos bandos claramente diferenciados en el Madrid a día de hoy -el clan de los portugueses + Di María + Khedira por un lado, y el de todos los demás, en los que los españoles forman el gran grueso, por otro- miente. De nada sirve mantener las formas y las apariencias, hay cosas que se ven incluso desde lejos.

Pues bueno, Mourinho ya no habla para rebajar la tensión y para que su cruzada contra los árbitros -la que intenta disimular semana tras semana, pero que deja caer en cada oportunidad que tiene-, y por ello, planta a Aitor Karanka en las ruedas de prensa para que hable por él. 'Que ponga voz a mis mensajes', debe pensar 'Mou'. Y ya van 43.

Karanka no es sólo el segundo técnico del Real Madrid. También es la marioneta de Mourinho. El portugués se esconde, no da la cara (y eso que recuerdo que una vez dijo que cuando su equipo no ganaba, él siempre la daba), pero lo controla todo. Es omnipresente y omnipotente. Karanka es un muñeco de trapo movido por las manos de Mourinho, que no se deja ningún cabo suelto. Total...nadie le frena ni le para los pies. Y ya se sabe que cuando uno tiene poder...siempre quiere más.

Las ruedas de prensa del Real Madrid se han convertido en los últimos tiempos en escenas que rozan la vergüenza. Ni tres minutos atendiendo a los periodistas, mensajes preparados y estáticos -sea la pregunta que sea, qué más da, el discurso es el mismo-, palabras medidas y estudiadas al milímetros, respuestas que tan sólo echan balones fuera... y frases como ese 'si nos dejan...' que el otro día acuñó el eterno secundario de un club que está permitiendo que una persona diluya y evapore una imagen que se ha construido a lo largo de 110 años de historia.

Y es que entre sus obligaciones como entrenador está la de salir a dar la cara antes y después de un partido, siempre. Se gane, se empate o se pierda. Es su deber. Y esto de usar a Karanka como títere es un paripé que tarde o temprano, hará daño.

Yo no soy del Madrid, pero tampoco creo que se merezca que el showman 'Mou' haga saltar todo por los aires. Porque si no lo ha hecho todavía, lo hará. Y no muy tarde. Papá sí es del Madrid, y ya ha agotado su paciencia con Mourinho. Y como él, muchos que quieren ver al portugués lejos del Bernabéu.

Y sí, su 'adiós' quizás sea el mejor bálsamo para que el líder de esta Liga recupere todo el honor que parece haber ido perdiendo en los últimos dos años.

Quizás sea necesario ya, por fin, un final para esta obra de teatro que empieza a ser interminable e insoportable.





sábado, 7 de abril de 2012

En boca cerrada...

...no entran moscas, señor Clemente. Debería usted saberlo. Suficientes son los años que ha vivido para haber aprendido que a veces es mejor callarse, aunque el silencio no sea precisamente su mejor amigo.


El fútbol no necesita personajes como usted. El Sporting tampoco.


Echando la vista atrás, no es de extrañar que reciba las críticas que le regalamos muchos, porque no entendemos por qué esa necesidad de hacer daño, por qué esa obsesión por ser el centro del mundo a costa de lo que sea, llevándose por delante todo lo que se cruza en su camino. Sea quién sea.


Día a día, semana tras semana, no hace más que evidenciarse. Mostrar lo peor de sí. Quizás es que no hay más, que verdaderamente sus palabras -si es que a todo lo que sale por su boca merece ese nombre- son el espejo perfecto en donde se refleja su persona. ¿Por qué, señor Clemente? No pague su enfado con el mundo y con la vida con los demás. Ya bastante feo es y está todo como para que algunas personas se dediquen a podrirlo todo mucho más.


Siempre me ha parecido usted una persona necesitada de protagonismo. Egocéntrico y egoísta. Obsesionado por estar siempre en primera línea fuera de los campos de fútbol. Y debería saber que este deporte requiere que se hable sobre el césped, no fuera. Lo que le hace digno o no, lo que le hace ser un espectáculo -casi un modo de vida para muchos- o un 'drama', es lo que ocurre desde que un árbitro señala el inicio de un partido hasta que se consume el tiempo de éste. No lo que sucede fuera de ello.


Pero usted...usted centra todos los focos a ese margen externo al campo de fútbol. No hace más que escupir sobre cualquier cabeza toda su rabia y todo su mal carácter. Qué más da pisar todo lo que se encuentre en su camino. No importa, señor Clemente, ¿verdad?


No me cae bien, es obvio. Es un sinvergüenza, intolerable, bocazas y mala persona. Lo demuestran sus palabras y sus actos. Su manera de hacer. El otro día 'humilló' a un periodista y le 'amenazó' gratuitamente. Hoy, en lugar de cerrar filas entorno a su equipo, deja caer que los hombres que tiene bajo sus órdenes no son de Primera, y les deja a la altura del betún, a pesar de que la situación es ya bastante difícil y crítica. Pero a usted no le importa. En lugar de ser un empujón, en lugar de reconocer errores propios y buscar incansablemente la esperanza en un último tramo que se le hará muy costoso al Sporting, como si se le fuera la vida en ello, no, usted se dedica a despotricar y a afear a un equipo histórico y que siempre ha merecido el cariño de todos.


El Sporting no se merece tener a alguien como usted ocupando su banquillo en El Molinón. Si antes estaba condenado, ahora, desde su llegada, y gracias no sólo a una dirección del equipo pésima, sino también a las polémicas que protagoniza, se quema poco a poco. El Sporting se muere. Una muerte lenta y dura, de las que duelen. Preparando un adiós que no merece, y autoconvenciéndose -eso solemos hacerlos todos cuando tenemos miedo a algo- de que lo que parece ahora irremediable sucederá. Y quizás con la pena y la mala consciencia de haber confiado en usted para sobrevivir.
¿Las comparaciones son odiosas, eh, señor Clemente?


Y sí, puede ser, pero Manolo Preciado nunca debió haberse ido del Sporting. Al menos, además de ser un entrenador excelente, también sabía ser persona.

sábado, 31 de marzo de 2012

El día en que Europa se enamoró (otra vez) del Athletic.

'Yo no me muero sin pisar San Mamés'. Estas son ocho palabras que no me abandonan nunca desde hace ya algún tiempo. Y tengo que darme prisa si quiero poner los pies en el templo del fútbol. El traslado es casi inminente, y mi deseo vive en una constante contrarreloj que no tiene freno.

Y aunque mis colores son otros bien distintos, para qué negarlo... El Athletic es uno de esos equipos que me han robado el corazón. Y si fuera sólo a mí... Pero no. Muy pocos pueden negarse a rendirse alguna vez que otra al conjunto que hoy funciona (y sueña también) bajo las órdenes de Marcelo Bielsa, considerado por mucho el 'maestro de los maestros'.

Y ese 'amor' que algunos sentimos por el equipo de Bilbao, más apasionado que fiel, ya no sólo sobrevive entre las cuatro paredes de nuestro país. Ahora también ha traspasado fronteras, y va más allá. Mucho más allá. Y todo por culpa de la garra de unos chicos que no se esconden nunca. Y que no se rinden ni tiran la toalla. Que por muy mal que vayan las cosas siempre son capaces de salir a flote con más fuerza, si cabe, que antes, y dejando a propios y a extraños con la boca abierta. Marca de la casa, 'made in Lezama'.

Europa se ha enamorado del Athletic. Y se enamora no una, ni dos veces. Quizás tampoco sean sólo tres. Una y otra vez, semana tras semana, el sueño que mantiene vivos a los de Bielsa en la Europa League es el sueño de todos a los que reservan parte de su vida al fútbol. De forma activa o pasiva, qué más da. Soñamos con ellos y sonreímos con cada victoria. Aplaudimos cada gol y agotamos las palabras para hablar de un equipo que nos ha regalado noches -aún siendo muchas, parecen pocas- mágicas a lo largo de la historia. Los 'otros', los demás, esperamos con ansia, ilusión y expectación el día en que nos toca enfrentarnos al Athletic, porque sabemos que sobre el césped veremos fútbol puro y duro, sin nada que lo estropee ni lo contamine. Sólo fútbol, del mejor. De calidad. Del que hace vibrar y sufrir hasta el último instante.




El jueves, el Athletic volvió a enamorar a Europa. Sí. Otra vez. Porque los chicos de Bielsa no tuvieron bastante con hacer leyenda al borrar del mapa a un grande como el Manchester United. Enfundados en el traje de 'matagigantes', los héroes del conjunto vasco hicieron suyo el 'Teatro de los sueños', un Old Trafford que fue testigo de lo imposible, y de unos de los mejores partidos que he visto en los últimos tiempos. Y la vuelta en San Mamés, sólo fue un paso más, entre tantos pasos que han llevado al Athletic a estar donde está.

El escenario que silenció el pasado jueves, sin embargo, fue otro. El Veltins Arena. La casa del Schalke 04 de Raúl. No fue fácil. Las cosas empezaron mal. El partido era un ir y venir de unos y otros, un encuentro loco y apoteósico en el que todo puede pasar, y en el que si pestañeas, te lo pierdes. Y perdérselo hubiera sido un error (casi) imperdonable.

Enfrente, Raúl. Uno que no se cansa nunca de hacer lo que mejor sabe. Cuyas botas parecen impregnadas eternamente de un fútbol que no se agota ni se diluye, y que permanece intacto a pesar del paso del tiempo. Él solito puso entre las cuerdas a los de Bielsa, antes de que llegara el descanso y de que cambiara todo el guión de la historia del partido. Fernando Llorente volvió a demostrar que es uno de los firmes candidatos a ocupar una de las plazas destinadas a los delanteros en la Selección Española en la Eurocopa 2012. Su estado de forma es a día de hoy irreprochable e inconmensurable. Todo lo que toca, o casi, muere en el fondo de la red. Y De Marcos y Muniain, los encargados de firmar los dos últimos tantos del 2-4 ante el Schalke-, sin palabras... El futuro está en sus manos, y pronto, si es que no lo son ya, pasarán a formar parte del grupo de los 'grandes'. De los que todos recuerdan su nombre y de los que nadie puede hablar mal de ellos. Su hambre puede con todo.

Y así es como el Athletic acaricia las semifinales de la Europa League. Sembrando sueños e ilusiones por doquier. A un paso de otra final que se sumaría a la de la Copa del Rey y que haría de la temporada de los de San Mamés un año de 10. Aunque ya lo es ahora.

Esta noche se enfrentan al Barça de Guardiola. Dicen que llegan cansados, porque apenas han tenido 47 horas de 'resaca', pero si de algo estoy segura es que este Athletic nunca muere. Y tampoco lo hará hoy. Puede perder, pero no hay duda de que el espectáculo, su show, está más que a salvo.

¡Que viva el fútbol!

martes, 27 de marzo de 2012

¿Qué pasa con Emery?


Reconocer que el nombre de Unai Emery está el saco de los mejores técnicos que a día de hoy existen en el fútbol español no es un error ni un disparate. Tampoco es equivocarse. Sólo es rendirse ante la evidencia, aunque su camino en el Valencia esté ahora repleto de piedras que entorpecen su andar.

Sí, Unai tiene un pie y medio -sino dos- fuera del equipo levantino. Y sí, su futuro parece estar más lejos de Paterna que nunca, pero su trabajo y su manera de hacer son irreprochables. Aunque no guste a todo el mundo, aunque sean muchos los que no le quieren al frente del banquillo ché y quienes piden, día sí y día también, su salida.

De los últimos 45 puntos en juego en Liga, el Valencia sólo ha sumado 17. Cuatro victorias, cinco empates y seis derrotas han sembrado la duda en el seno del club y en la grada de Mestalla. Una grada que incomprensiblemente arde en deseos por que Emery deje de ser el técnico de su equipo. Y digo incomprensiblemente, porque no se entiende que se pida la cabeza de un entrenador que ha mantenido al Valencia en lo más alto posible, teniendo en cuenta que el imperio de dos gigantes intratables como Barça y Madrid es inalcanzable para los demás. Terceros en Liga y vivos en la lucha por la Europa League... que le pregunten, sino, a muchos otros equipos, a muchos otros técnicos y a muchos otros seguidores cuánto darían por estar en la misma situación que el Valencia. Pocos se negarían.

Entiendo que las sensaciones sean malas tras encadenar resultados no demasiado buenos. Entiendo que la gente tiemble viendo a una defensa floja y que se derrumba. Entiendo que el ánimo decaiga y que las cosas se vean negras ahora que la tercera plaza está en peligro ante el empuje de los que vienen atrás, de los Málaga, Levante, Osasuna, Espanyol y demás que aún no tiran la toalla, ni por el bronce ni por un cuarto que abre las puertas al sueño de la Champions. Entiendo el enfado y el malestar de una grada acostumbrada a vivir grandes momentos en las últimas décadas y que ahora ven que éstos se diluyen, quedando al borde de la desaparición.

Pero no entiendo las críticas a Unai Emery. Ni las entiendo, ni las comparto. Porque si hay algo que caracteriza al técnico vasco desde que cogió las riendas del Valencia en la temporada 2008-2009 es su apuesta por el fútbol atrevido, por jugar de tú a tú también a los más grandes, llegando, incluso, a ponerles contra las cuerdas. Echarle la culpa a alguien que ha tenido que sobrevivir al 'adiós' forzado de las piezas indispensables del puzzle valencianista -véanse David Villa, David Silva y Juan Mata- y que ha tenido que volver a construir el castillo desde abajo confiando en futbolistas jóvenes que apuntan maneras pero que necesitan crecer -Jordi Alba, Sergio Canales, o el propio Roberto Soldado-, o a alguien que ha sabido apagar alguno de los incendios que se han producido en el vestuario, es de cobardes. De no saber reconocer que no hay un único responsable y que, por tanto, las culpas deberían ser compartidas por todos -y cuando digo todos, me refiero precisamente a eso, a todos- y no centradas sobre la cabeza de uno solo.

¿Es Unai el gran incomprendido? ¿Es justo echarle la soga al cuello?

Sea como sea, y con su futuro en el aire, los próximos partidos del Valencia -ante el AZ Alkmaar en Europa League y el derby ante el Levante de este domingo- se antojan como dos verdaderas finales para un Emery al que parece que se le ha agotado el crédito en un club que parece haber dejado de creer en él.


miércoles, 21 de marzo de 2012

La magia inextinguible de un pequeño que alcanzó el cielo






Érase una vez un niño de 24 años que desde que era muy pequeñito soñó con tocar el cielo del fútbol. Se llamaba Leo, y alguna vez su sonrisa tímida nos había dicho que no olvidáramos su nombre, como si ya entonces supiera que él iba a ser el protagonista indiscutible de las escenas más bonitas que la historia del fútbol nos acabaría regalando.

Leo había empezado a soñar en las calles de Rosario, aunque quizás nunca imaginó que sus sueños llegarían tan lejos y que se transformarían en una realidad que haría feliz a millones de personas alrededor del mundo. Era muy chiquitito cuando dio su primera patada a un balón. A penas tenía cuatro añitos, y no sabía que un gesto tan inocente como aquel -el de empujar un balón- sería su primer paso en un camino sublime marcado por momentos imborrables que se quedarían en la retina de los enamorados del fútbol.


Si hubiera podido escoger, es muy probable que hubiera elegido crecer al lado de su abuela, a quien Leo tanto quería. Pero ella se fue. Y lo hizo para no volver, para siempre, aunque su pequeño, su verdadero ojito derecho, jamás la olvidó. Tan sólo tenía que levantar la cabeza hacia el cielo y repetir en voz muy bajita, casi en silencio, un 'esto va por ti' que quizás escondiera, en realidad, un 'te quiero'.

Así, sin soltar su manita de la de su abuela, el chiquitín creció. Su única obsesión, su única droga, era el fútbol. El fútbol... y el balón, que pareció coserlo para siempre a sus pies. Quienes le veían, sabían que ese niño guardaba en sí una magia al alcance de muy pocos, y ya entonces sabían que su futuro estaba escrito y que tenía reservado un lugar firme e indiscutible en el olimpo del mundo del fútbol.

Pero él era ajeno a todo ello. Con la humildad como su más preciado tesoro bajo el brazo, Leo se aislaba de todo cuanto pasaba a su alrededor. No importaba que poco a poco fuera agotando las palabras a aquellos que intentaban buscar un término que lo definiera sin dejar lugar a dudas de quién y cómo era ese chico argentino que, sin hacer demasiado ruido, sedujo a tantas y tantas personas. Él...a lo suyo,incansable, inagotable.Escribiendo día a día nuevas páginas en la historia del fútbol, y cada una de ellas más inédita y brillante que la anterior. De esas que no se borran, de esas que no se olvidan y que permanecen intactas aún a pesar del paso del tiempo. Se dedicaba a romper todas las reglas de las matemáticas, a coleccionar balones -algunos de ellos, de oro-, a recoger elogios a donde quisiera que fuera, a escuchar cómo millones de voces coreaban su nombre -algunas veces gritando, otras callando-, a dibujar sonrisas en los que veían en él su propio reflejo y en los que querían ser como él, a construir ilusiones en aquellos que parecían haberlas perdido, y a devolver la esperanza a quienes ya no la tenían.

A hacer grande el fútbol.

Érase una vez un niño de 24 años que desde que era muy pequeñito soñó con tocar el cielo del fútbol...y lo tocó. Un niño llamado Leo Messi.

El 20 de marzo de 2012 será recordado como el día en que Leo Messi engrandeció su nombre al convertirse en el máximo goleador de la historia del Barça superando al mítico César gracias a sus 234 goles. El día en que se confirmó, quizás más que nunca, que es leyenda vida del fútbol y que sólo en sus manos -o, mejor dicho, en sus pies- está el pasar a ser el mejor futbolista de los tiempos. Si es que ya no lo es...

*Los vídeos publicados en este blog están extraídos de Youtube





lunes, 19 de marzo de 2012

¿Acabará la maldición de Lotina en el Villarreal?

Por Marc Rodríguez Sedano (@Marcrs90)



Miguel Ángel Lotina entrenará al Villarreal hasta final de temporada. “Que hablen de mí, aunque sea mal”, debió pensar el técnico vizcaíno, después de la disparidad de opiniones que suscitaron los rumores que han acabado por confirmarse: Lotina, al mando del ‘submarino’.

Si ponerse a manejar una nave no es sencillo, aún es más costoso coger el timón cuando la situación es crítica y las alarmas empiezan a sonar. El Villareal es ahora mismo decimoséptimo, a sólo tres puntos del descenso, y lo peor es que la moral del equipo va amilanándose jornada tras jornada. Al conjunto amarillo le falta el empuje y las ganas de crear fútbol. Parece que en Castellón hayan olvidado el juego vertical, organizado y directo que venían practicando desde la temporada 2005-2006 –la época dorada del Villareal- con grandes hazañas como alcanzar las semifinales de la Liga de Campeones. Unos años en que Villareal era sinónimo de peligro. Un peligro que se ha ido difuminando y prueba de ello es la situación actual.

Esta campaña el proyecto de Juan Carlos Garrido se quedó obsoleto y el de su heredero, José Francisco Molina, tampoco ha dado frutos. Es por eso que se decide contratar a Miguel Ángel Lotina, que llega a ‘La Plana’ con los argumentos de haber ascendido a Numancia y Osasuna a Primera División y la Copa del Rey que cosechó con el Espanyol en 2006. Con este currículum impoluto, cualquiera se decantaría por el míster vasco, sí. El problema es que hay más de una afición que no acabó del todo satisfecha con él, pues Lotina también descendió a Segunda a Celta, Logroñés, Real Sociedad y al Deportivo de la Coruña esta pasada temporada.

Y la realidad del Depor de hace un año se asimila a la del Villareal. Pasado reciente glorioso, retoques económicos, incorporación de nuevos jugadores que no acaban de adaptarse al proyecto y venta de ‘cracks’. Y es por eso precisamente por lo que deben andarse con cuidado los de Castellón. A estas alturas de la temporada pasada, el Depor, con Lotina en el banquillo, era decimocuarto con 31 puntos, cuatro más de los que ahora tiene el Villareal.

No, no creo que Lotina fuera el único responsable del descenso del equipo, pero su falta de ambición y desdeñar la magia de Juan Carlos Valerón, fueron privilegios que el Depor no se pudo permitir. Y no es por criticar los métodos del vasco, pero el tiempo ha acabado dando la razón al fútbol, a Valerón y al artífice de que todo fluya: José Luis Oltra. Distinto entrenador, distinta mentalidad, distintos resultados, pero con la misma plantilla. ¿Casualidad? Gran apuesta deportiva la de Oltra que está haciendo disfrutar a la afición blanquiazul de nuevo. Un Depor que ahora es líder de Segunda en solitario con 63 puntos.

Pero el fútbol es fútbol y da tantas vueltas que no podemos asegurar absolutamente nada. Lo que está claro es que nunca llueve a gusto de todos. Lotina: alabado por unos, verdugo de otros y ahora, capitán al mando del ‘Submarino’ hasta final de temporada. ¿Saldrán a flote?

martes, 6 de marzo de 2012

Nada es imposible cuando luchas.

Sueñas. Crees que es imposible. Pero se hace realidad.
Y eres feliz. Irremediablemente feliz.


[Abuelo, Marc. Por vosotros]

Era miércoles. Un miércoles de marzo. Hacía frío, el invierno aún no había dicho su última palabra, todavía no quería decir 'adiós'. La del 6 de marzo de 2002 era una de esas típicas noches en las que sólo te apetece quedarte en casa al abrigo de una manta.

Sin embargo, no. No era una noche cualquiera. El Bernabéu brillaba como nunca. Lleno hasta la bandera, y con todos los ojos puestos en él, el feudo madridista preparaba una gran fiesta. Su fiesta. La de un equipo, el Madrid, que a lo largo del tiempo se había convertido en uno de los más grandes de la historia y que ese día, precisamente ese día, estaba de cumpleaños. Y no era precisamente un aniversario como los demás. Era especial, irrepetible.

100 años. Un siglo. Los blancos, centenarios al fin.

Y aquella temporada quisieron celebrarlo a lo grande, y por ello, se dejaron la piel por ser uno de los protagonistas de la final de la Copa del Rey. El escenario no podía ser otro. O, mejor dicho, no debía ser otro. Allí, aquella noche, el césped del Bernabéu dio la bienvenida a los suyos y a aquel Deportivo de los Fran, Djalminha, Mauro Silva, Capdevila, Valerón, Tristán y compañía que durante los primeros compases del siglo XXI enamoró a propios y extraños con la magia de su fútbol.

En las horas previas al partido, a la gran cita del fútbol español, nadie era capaz de imaginar que una vez agotados los noventa minutos, toda una ciudad -A Coruña- y millones de rincones más repartidos en otros lugares, conocerían una cara más de la felicidad. Esa felicidad que sientes cuando algo que creías imposible, algo con lo que quizás sólo podías soñar, se vuelve posible. Más aún, cuando lo imposible se vuelve realidad.

Cuando Mejuto González señaló que el crono en la final ya marchaba hacia atrás, que se consumía el tiempo a la vez que avanzaba, cualquiera hubiera puesto la mano en el fuego por que el Madrid de los galácticos tendría su final feliz en una historia que aquella noche se cerraba. 'La sensación que teníamos de que parecía que ellos ya habían ganado antes de jugar nos hizo más fuertes, pero en sus futbolistas no percibí esa confianza', aseguró años después Scaloni, uno de los integrantes del barco comandado por Irureta.

No importa qué pasó sobre el terreno de juego. Más o menos, nos sabemos el cuento. Quién marcó, y quién fallo. Quién ganó, y quién perdió. Sólo que el Depor dio un golpe sobre la mesa. Fuerte, seco, cuyo eco repetía una y otra vez 'aquí estoy yo, aquí estoy yo...'. El conjunto herculino había sido el invitado inesperado en una fiesta que se antojaba blanca y que se tornó blanquiazul. El culpable de que 'La Rianxeira' silenciara la grada blanca, haciendo imposible que cualquier voz que no fuera proyectada desde la garganta de un aficionado de los coruñeses fuera escuchada, de que las lágrimas de muchos fueran las lágrimas de todos. Y ya se sabe que cuando uno llora de felicidad es porque algo grande le ha pasado.

El 'Centenariazo' lo fue. No sólo supuso un duro revés para un Madrid que se creyó antes de tiempo que era dueño y señor de aquella Copa que finalmente levantó Fran, sino también el clímax para un Deportivo que en los años previos a aquella final del Bernabéu había pasado de ser un equipo pequeño a tocar el cielo.

Aún pone los pelos de punta recordar aquella noche. Aún muchos corazones -sobre todo los deportivistas- vibran con la misma intensidad de antaño. Una década después, el recuerdo sigue más vivo que nunca.



Con la esperanza de que el final feliz que tuvo el Depor aquel 6 de marzo de 2002,
[Abuelo, Marc. Volverán]


Si no haces nada, nada pasa

jueves, 26 de enero de 2012

Soñando con el cielo.

Hay sueños de todo tipo. Están los buenos que nos hacen las noches más dulces, los felices que nos arrancan una sonrisa aún con los ojos cerrados, los tristes que nos obligan a llorar, las pesadillas que nos atormentan y nos recuerdan nuestros miedos más profundos y a veces escondidos en un rincón, los imposibles que en ocasiones frenan nuestros corazones, los surrealistas más típicos de una película que de la vida real... Hay donde elegir. Pero también hay los que están al alcance de aquel que se acuesta cada noche con la esperanza de que al despertar las cosas vayan como siempre ha soñado. Los que a priori parecen tan irrealizables que incluso a veces nos hacen desistir, pero que un día inesperado -un día cualquiera, qué más da- abandonan el mundo de Morfeo y se hacen realidad.

Y es precisamente este último sueño el que está viviendo el Mirandés, un equipo que semana tras semana convive con la categoría de bronce del fútbol español, la Segunda B, y que seguramente nunca imaginó que un mes de enero escribiría una página en la historia del deporte rey de este país; que es probable que ni en el mejor de sus sueños -el de sus jugadores, el de su entrenador, el de sus aficionados- nunca antes hubiera tenido la oportunidad de ver cómo el pasado martes su campo, Anduva, se convertía en el centro del mundo del fútbol, con todos los ojos puestos sobre un conjunto que se ha convertido en la Cenicienta de la Copa del Rey más incansable en su empeño por tener un final feliz. Como en los cuentos, como en los sueños que tanto nos gusta tener a veces.

Quizás el nombre del Mirandés no estaba en las quinielas de los equipos que más lejos llegarían en el torneo copero, pero poco a poco, los hombres de Carlos Pouso se adueñaron de la etiqueta de 'matagigantes'. Villarreal, Racing y Espanyol han sido sus víctimas hasta ahora, cayendo en las garras de un equipo que tras comprobar que nada es imposible, tiene más hambre que nunca por plantarse en la final del Bernabéu en el mes de mayo. Se han enfrentado a todo: a eliminatorias que se pusieron muy difíciles, como contra los de Mauricio Pochettino que en cinco minutos para recordar lograron dar la vuelta al marcador en Cornellà-El Prat, dando un paso muy importante para clasificarse para las semifinales que después se tornó inútil en casa del Mirandés; a cargar con el peso de ser el equipo más pequeño y con menos presupuesto de los que quedan vivos en la Copa. A todo. Pero incluso con el viento en su contra, ahí está el Mirandés, haciendo grande el fútbol y recordándonos que no todo gira entorno a los de siempre. Que hay más vida más allá de Barça y Madrid. Que las grandes historias de este deporte no siempre son sobre las que más se habla.

Pero si algo agranda más todavía el camino que el Mirandés ha logrado construir en esta Copa del Rey es que es un equipo formado por chicos 'normales', de la calle. Lejos quedan los focos de las cámaras y las disputas publicitarias por los derechos de un jugador. Son personas que disfrutan de su pasión -el fútbol-, pero sin olvidar en ningún momento que eso no es suficiente para que ellos y sus familias 'sobrevivan' día a día. Sólo hace falta ver a Pablo Infante, un gran jugador que está demostrando que podría jugar en Primera sin ningún tipo de problema, renunciando a la celebración por el pase a semifinales porque sabe que para él al día siguiente no hay fiesta, sino que un despertador le hará levantarse de la cama muy pronto para ir a trabajar.

Y, sin embargo, lo que menos quieren ahora en el seno del Mirandés es que precisamente un despertador rompa su sueño. Son conscientes de que la final está cerca, pero también saben que con sólo la ilusión no bastará para dejar en el camino a un Athletic abonado a este torneo y cuyo campo, San Mamés, es un fortín. Pero si algo ha dejado claro el equipo que tiene enamorado a media España, es que se dejarán la piel si hace falta sobre el terreno de juego para seguir haciendo historia.

No es fácil, y a día de hoy el cielo y...un cielo un tanto más pequeño -imposible que haya infierno para los de Pouso aunque caigan ante los de Bielsa- están igual de cerca. El Mirandés no quiere despertar.

Quiere seguir soñando.

lunes, 9 de enero de 2012

Leo nunca fue pequeño.

A veces necesitamos mirarnos en el espejo para darnos cuenta de quiénes somos. Para saber dónde estamos, de dónde venimos y a dónde queremos llegar. Sin embargo, algo tan sencillo como eso, como plantarse frente a un cristal que nos devuelve nuestro propio reflejo, no siempre debe ser fácil.

Y al decir esto pienso en él. En un chico de 24 años que un día cualquiera, qué más da, se encontró con que tenía el mundo a sus pies. Es probable que nunca imaginara que su ilusión por acariciar un sueño, que jamás le abandonó desde que un balón de fútbol se posó por vez primera en sus pies, le 'condenaría' a llevar con él, a donde quisiera que fuera, la etiqueta de 'el número uno del mundo'. Pienso en él, en un chico que hace apenas unas horas ha recibido en Zúrich su tercer Balón de Oro consecutivo. Y lo ha hecho con su inseparable sonrisa tímida.

Una sonrisa que recuerda a la de un niño. Porque Leo Messi sigue siendo eso, aquel pequeño que un día, ya desde las calles de su Rosario natal, juró su amor incondicional por el fútbol, llegando incluso a provocar que el propio mundo del deporte rey se enamorara poco después de él y de su magia.

El '10'. Tuve la suerte de conocerlo hace siete años, un 26 de noviembre en el que me desperté sin saber que pocas horas después me tropezaría, casi sin querer, por casualidad, con un por aquel entonces casi desconocido Leo Messi. Sin saber que el autógrafo que aquel día me llevé a casa -para mí fue un regalo de cumpleaños (al día siguiente cumplía quince), aunque con el tiempo aprendí que aquello era un pequeño tesoro que ganó con el tiempo un valor del que yo no fui consciente aquella mañana de otoño- llevaba la firma de alguien que iba a estar en boca de todos en los años que vinieron después. Sin saber que iba a ser el protagonista único e indiscutible de miles de portadas de diarios alrededor del mundo. Sin saber que todos los niños querrían ser como él. Sin saber que nadie, absolutamente nadie, se cansaría de verle jugar.

Sin saber que el chico de 17 años que ocupaba el lugar de copiloto de un coche rojo conducido por un tal Jorge que resultó ser su padre, iba a dejar a millones de personas boquiabiertas cada vez que disfrutaran de él, de sus asistencias y de sus goles sobre el césped de decenas de estadios de fútbol.

Sin saber que aquel al que acababa de abrazar instantes antes sería un firme (y digno) candidato a ser el mejor jugador de la historia del fútbol.





Messi nunca se olvida del cielo. Cuando marca un gol, repite el mismo gesto de siempre. El de siempre. Sonríe, baja la cabeza y tras unos segundos, mira hacia arriba, señalando con sus dedos quién sabe el qué. Como si buscase a alguien. Pero el destino de ese mensaje es un secreto a voces: lo hace para recordar a su abuela Celia, que se fue cuando él tenía apenas diez años. Era precisamente ella quien lo llevaba cogido de la mano a los entrenamientos cuando Leo daba sus primeros pasos en el mundo del fútbol. Quien insistía en que su nieto pequeño jugara aunque los demás fueran mayores que él. "Tocarla a Lionel, tocarla al chiquitín, él sí que mete goles", repetía Celia una y otra vez. Día tras día.

Su muerte fue un duro golpe para el de Rosario, y aún a día de hoy sigue siendo su recuerdo más triste. Quizás por eso está tan unido a los suyos. De hecho, era casualmente en casa de su abuela donde cada domingo, al juntarse toda la familia, Leo se divertía junto a sus hermanos y sus primos con el sueño que ha perseguido desde que muy pequeño: el fútbol. Quizás todo empezó en su cuarto cumpleaños, cuando al '10' azulgrana le regalaron su primer balón, uno de rombos rojos que pareció despertar su pasión. La misma con la que ahora cose el esférico a sus botas, siendo capaz incluso de hacer un fútbol a priori sencillo pero que roza lo inigualable. Quizás por esa razón, su primer entrenador, el señor Aparicio, quiso poner a prueba al pequeño de los Messi aunque éste fuera un año menor que sus compañeros de equipo. Años después, Aparicio reconocería que nunca había visto algo así. Algo como él.

"Leo nació sabiendo".

'La Pulguita' caminó hacia su sueño, gracias en parte al sacrificio de sus padres, que también supieron buscar una solución a la enfermedad que sufría Messi y que le impedía crecer con normalidad, y acabó por dejar atrás Rosario, el lugar donde había nacido. El lugar en el que aprendió a ser la persona que conocemos hoy. La humildad sigue siendo su principal seña de identidad, y ni llegar a lo más alto del fútbol ha hecho que sus pies se eleven lo más mínimo del suelo que pisa. Sigue siendo el niño tímido y callado con el que todos sus compañeros del colegio querían jugar.

Con 13 años, o sabía qué le depararía el futuro, y a pesar de arrastrar consigo una cierta sensación de incertidumbre pero sin miedo, Leo emprendió un viaje sin retorno a Barcelona. Cesc Fàbregas, con el que comparte vestuario en el Barça y con el que se crió futbolísticamente, fue testigo directo de los inicios del crack argentino: "Al principio, cuando llegó, creíamos que era mudo, pero después, gracias a la PlayStation, descubrimos que sabía hablar". Porque sí, Leo habla, pero a diferencia de otros, lo hace cada vez que juega al fútbol. Y nadie lo hace como él. Siempre al margen de escándalos y tanganas. Tampoco muy dado a las ruedas de prensa ni a regalar grandes titulares que se salgan del espectáculo que semana tras semana brinda a los aficionados del fútbol. Sólo hace falta echar la vista atrás y fijarse en el día en que el Barça celebró la cuarta Champions de su historia en el Camp Nou. "No tengo nada qué decir", dijo Messi. Él no tenía nada que decir. Precisamente él, culpable en parte de que aquella copa fuera el centro de atención de todas las miradas en el feudo azulgrana.

Pero ése es Leo. Único. Diferente. Especial.

De ello también se percató Carles Rexach, secretario técnico del Barça en el momento en que Messi aterrizó en Barcelona por primera vez. Su primer contrato fue firmado en una simple servilleta de bar. No importaba dónde ni cómo firmar. Rexach sabía que no podía dejar escapar al argentino. "Tenemos que ficharlo ya", dijo entonces.

Y siendo quien es, cualquier podría pensar que las cosas son fáciles. Pero no. No todo en la vida de Messi son victorias y momentos dulces. Su mayor espina es también uno de sus grandes amores. Su tierra. Esa por la que lloró cuando la abandonó con trece años, y por la que también derramó lágrimas el día en que debutó con la albiceleste. Tan importante era ese partido para él que cuando fue expulsado en el minuto uno en su primer partido con la camiseta de Argentina, nadie pudo consolarlo, prueba inequívoca de su propia autoexigencia que le obliga a querer jugar siempre. También en la final de París lloró. En 2006, ante el Arsenal, Messi no pudo participar por culpa de una lesión, y ese día, en medio de la euforia azulgrana tras la conquista de una Champions muy deseada por el Barça, para Leo no hubo celebraciones, ni tiempo tan siquiera para ir a buscar su medalla. Prefirió quedarse en el vestuario.

No siempre el viento es favorable, y eso bien lo sabe su entrenador, Pep Guardiola, quién regaló a 'La Pulga' el libro "Saber perder", que esconde un mensaje claro: hay que estar preparado y luchar por lo que se quiere siempre, a sabiendas de que no siempre el resultado estará de nuestro lado. Pero eso lo aprendió muy bien Leo Messi gracias a su abuela, quizás la gran culpable de que el '10' del Barça esté hoy donde está. Quizás es ella quién todavía le cuida desde el cielo. La que protege a su pequeño.

Un pequeño muy grande.



tuyo/mío. nuestro.