'El fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes'


miércoles, 30 de marzo de 2011

Y con la primavera, ¡llegó el fútbol!

El final se acerca, silencioso y poco a poco, como la mayoría de los puntos finales que marcan la 'muerte' de cada historia. Los días pasan y el tiempo se agota. Irremediablemente. Sin frenos. La victoria es algo demasiado dulce como para dejarla escapar ahora. De nada habrá servido todo lo demás -el pasado, el esfuerzo desempeñado- si no se llega a alcanzar. Aferrarse y creer en ella es la única vía posible para soñar con volver a ser protagonista de otra página -y no son pocas las que se llevan escritas- del mundo del fútbol.

Real Madrid y Barça no escapan a esa realidad. Son conscientes de que, en estos momentos, cualquier error puede condenar a pagar un precio demasiado alto que ninguno de los dos está dispuesto a asumir. Saben que ambos luchan por un cielo en el que sólo hay lugar para uno, y que este mes de abril va a marcar el destino de cada uno de ellos en esta temporada.

Abril. "No hay primavera sin invierno", dicen. Y esta primavera sabe a fútbol. A fútbol del bueno. Diciendo 'adiós' a un marzo que casi resulta insignificante y pequeño al lado de este abril, todo está preparado para que empiece la función. Mestalla y el Bernabéu serán los escenarios sobre los que Barça y Madrid nos regalarán el que, posiblemente, sea uno de los mayores espectáculos que hoy en día pueden contemplarse alrededor del mundo sobre el césped de un campo de fútbol.

Es difícil poner con palabras todo lo que me provocan los Barça-Madrid y viceversa. Es tal el cúmulo de sensaciones que puedo llegar a sentir, que acaban encontrándose unas con otras. Es esa piel de gallina que decide visitarme a medida que se acerca el momento de que comience el partido. Los nervios contenidos, y los sentimientos contrariados. La incertidumbre del qué pasará. La ilusión de una victoria. El miedo a la derrota. La indiferencia de un empate con sabor agridulce.

Empiezo a pensar que vivo demasiado intensamente todo esto. O eso...o que realmente siento un terrible apego por el fútbol. Terrible no porque sea malo, si no porque, como todo los amores, al principio siempre dan un poco de miedo. Pero es que, realmente, lo que tenemos ante nosotros en los próximos treinta días asusta. Es más, supone una inyección de adrenalina difícilmente evitable -siempre que te guste ver a veintidós hombres corriendo detrás de un balón, claro está. Y los de Mourinho y los de Guardiola son unos perfectos entendidos de cómo regalar momentos inolvidables en la historia del fútbol.

Muchos interrogantes que buscan encontrar una respuesta los días 16 y 20 de abril. El partido en el Bernabéu y la final de la Copa del Rey esperan impacientes a dos de los mejores equipos del mundo, a sabiendas de que pase lo que pase, y sea cual sea el resultado, uno encarará la recta final con la victoria moral que supone ganar al máximo rival, dejando al otro con la miel en los labios. Todo puede suceder, y son muchos los factores que pueden determinar si la balanza cae hacia un lugar o hacia el otro. Obviamente, aún faltan muchos días para definir las claves de los dos partidos, pero si hay algo indiscutible, es que este abril que empieza a dar sus primeros pasos dentro de veinticuatro horas representa el anhelo de muchos que esperábamos algo así después de tanto tiempo. De la misma manera que una caricia puede borrar cualquier rastro del pasado. El regalo que puede no dejar indiferente a nadie. Y es que, casi sin darme cuenta, me estoy imaginando cada uno de los días que vienen por delante. Las carreras por las calles para encontrar una televisión o un bar en el que todavía quede un hueco. Las prisas, la inquietud y el nerviosismo de la redacción. Los mensajes pre y post-partido entre amigos y 'rivales' (aunque sea sólo por un día). Las copas que celebran alegrías, y las copas que consuelan a los que deberán cargar con el peso de la derrota y de la desilusión.

"Como, duermo y respiro fútbol" reconocía Thierry Henry hace unos años. Y ahora, con el calendario del mes de abril entre mis manos, empiezo a hacer mías esas palabras. Y es que no consigo quitarme de la cabeza esta primavera que no pone límites a los sueños de cualquier persona a la que le guste el fútbol.

Lo reconozco. Tengo unas ganas infinitas de abril. De fútbol. De Barça. De Madrid. De nervios previos al partido. De las horas perdidas de un lado para otro, sin pensar en nada más que en los noventa minutos. De gritos de alegría...y de rabia. De sobresaltos inesperados. De instantes repletos de emoción e incertidumbre. De corazones encogidos. De sonrisas cómplices. O de lágrimas amargas.

De lo que sea.

Abril. Camina sin detenerte...
...o hazme esperar un poco más.

No importa. Sé que no me defraudarás.

miércoles, 23 de marzo de 2011

La 'culpa' la tuvo el fútbol.

No hablaré de fútbol.
Lo que acabáis de leer, en realidad, es una verdad a medias. Ninguna de mis palabras irá dedicada a nada de lo que sucede sobre el césped. Tampoco a ninguna de las personas que suelen protagonizar el día a día del deporte rey. No, hoy no.
Hoy mis protagonistas son otros.
Los conocí hace seis meses. En octubre apenas sabía quienes eran unos y quienes eran otros. Sólo eran caras sin nombre, sin significado. Me cruzaba con ellos, ellos conmigo...y la historia moría ahí. Quizás con el paso del día, hubo algún que otro intercambio de sonrisas o de varios 'adiós'. Nada más.
Pero enero lo cambió todo. Aquellos desconocidos para mí hasta entonces empezaron a ser alguien. Recuerdo que en algún momento de mi vida -ahora intento olvidar en qué instante sucedió- alguien me dijo que no esperar encontrar amigos en el periodismo. Que esta profesión estaba muy lejos de guardar un rincón para una palabra tan importante y frágil como esa. Digo que intento olvidar aquel instante porque las personas de las que os hablo hoy han acabado por demostrarme que ese alguien mentía.
Vale, es verdad. No los conozco de toda la vida. Y tampoco es que haya compartido demasiados momentos con ellos fuera de la redacción (aunque las salidas nocturnas post-partido con plátanos y pepinos incluidos sigan muy presentes). Pero desde hace tres meses se encargan de llenar mis días de cariño. Cada uno de ellos tiene su forma especial de demostrármelo, y a veces no saben el bien que me hacen. Porque a veces ayudan a que los días malos dejen de serlo.
Y las personas -que todavía tenemos tanto que aprender- a veces nos olvidamos de agradecer lo que los demás, consciente o inconscientemente, hacen por nosotros. Olvidamos que, en ocasiones, deberíamos hablar mucho más de lo que callamos.
Olvidamos que, en cualquier sitio, y en los momentos más inesperados, siempre hay alguien que merece que les sea devuelto todo el cariño que regalan.
Alguien como ellos.
El fútbol no sólo fue el culpable de que sea periodista. También tuvo la 'culpa' de que tuviera la enorme suerte de cruzarme con personas a las que, a mí manera, quiero mucho. Supongo que lo saben, y sino, estoy yo para recordárselo.
Javi, Giraldo, Dídac, Jordi, Gerard, Xavi y demás.
Gracias.

sábado, 19 de marzo de 2011

Misma historia. Mismo guión. Mismo final.

Once años después, nada ha cambiado. "La vida sigue igual", como dice la canción. Una vez más, el Vicente Calderón fue testigo de otro tropiezo de 'su' Atlético ante el máximo rival, un Real Madrid que volvió a resolver un partido como sólo los blancos saben hacer. No importa que la afición 'enemiga' se aferre a palabras como "representáis a miles de corazones". Tampoco que el Calderón se llene hasta la bandera, siendo difícil encontrar un asiento vacío desde donde ver la que acaba siendo la misma historia de siempre. Y menos, que un 'Atleti, eres mi vida' construido con el cariño de miles de colchoneros ponga la piel de gallina al recibir a los de Quique Sánchez Flores. Qué más da que el 'Kun' Agüero se decida, demasiado tarde, a meter miedo a los de Mourinho en el minuto 86.

¿De verdad alguien creía que 'la fuerza rojiblanca' iba a ser capaz de frenar al Madrid? Quizás la respuesta es demasiado obvia...o no. Porque yo sí. Llegué a creer en ello firmemente el otro día mientras escribía un artículo para el diario sobre el derby madrileño. Aunque, quién sabe...quizás esa especie de fe ciega en el Atlético fue tan sólo producto del hecho de que a veces (muy importante remarcar el 'a veces') el equipo de El Manzanares consigue despertar en mí algo así como un cierto cariño que muchos quizás no entiendan y que, probablemente, no tenga el respaldo de ningún tipo de argumento. Sea como fuere, yo creía en una victoria del Atlético. Pero 'creía' es pasado, y como todo pasado también hay presente.

Y ahora, puedo asegurar que no creo en el 'otro' equipo de Madrid. No, no y no. Porque no puede ser que ante los de Mourinho los hombres del centro del campo del Atlético caminen sobre el césped como si fueran paseando por cualquier calle. Porque tampoco puede ser que la defensa se permita el lujo imperdonable de darle huecos a un rival tan sumamente peligroso como el Madrid, que en un abrir y cerrar de ojos puede perforar tu portería tantas veces como se le antoje. Porque tampoco puede ser que alguien cuyo nombre es Diego Forlán elija el día del derby para convertirse en prácticamente un fantasma sobre el terreno de juego. Como tampoco se puede llegar a perdonar tanto ante un rival de tal calibre como el conjunto blanco, pero que no es imabtible y al que no es imposible herir si impones buen fútbol.

Pero resulta que al Atlético, de vez en cuando, se le olvida qué es esto de jugar al fútbol y cómo se hace. Bien es cierto que el de hoy probablemente es uno de los derbys de los últimos años en los que más mereció, pero así no se le puede plantar cara al Real Madrid. Así, no.

Un Real Madrid que sigue a lo suyo. Que cuando firma sus peores minutos en un partido, ¡PAM! Gol. Y ya conocemos a los de Mourinho. Les cuesta arrancar, pero cuando arrancan...¡a ver quién es el que consigue echarles el freno! Porque los blancos nos han acostumbrado a eso: a hacernos creer que sufrirán, que tendrán que sudar lágrimas para ganar, a dar la sensación de que podría ser hoy el día del tropiezo...para después demostrar que los 'grandes' son grandes por algo. Y que la fuerza puede con la ilusión. Y que los NOMBRES pueden con los hombres.

Y eso que Cristiano Ronaldo estuvo desaparecido, que si llega a estar inspirado y sin sufrir todavía las consecuencias de su lesión...ahora podríamos estar hablando de un Vicente Calderón mucho más herido. Pero da igual que no esté el portugués. Para eso están Casillas...y Özil. El mejor portero del mundo volvió a estar providencial. Sus manos han sido la pieza clave en muchos partidos. Han dado muchos puntos. Y, sobre todo, han demostrado que Iker es, indudablemente,el mejor entre los suyos, y no sólo por sus valores futbolísticos, también por sus valores humanos. Pero lo dicho, Casillas fue la pesadilla del Atlético en el Vicente Calderón.

Capítulo a parte merece Mesut Özil. Un Özil que nos regala partido a partido lo mejor de sí, y lo mejor del fútbol. Un Özil que hasta el Mundial de Sudáfrica era prácticamente un desconocido y cuyo nombre ahora se escribe en letras de oro. Un Özil que, cuando juega, hace que muchos no podamos dejar de mirarle. Y que, a pesar de que en las grandes citas -como ante el Barça en el Camp Nou- tiende a hacerse pequeño, demuestra cada día que aún tiene mucho que ofrecer al mundo del fútbol, y que de sus botas pueden salir verdaderas obras de arte.

Y con jugadores como Casillas o Özil sobre el césped, el Real Madrid gana mucho. Y eso comporta a que no se le puede dar la mano, porque te arriesgas a que te coja el brazo entero. Así pasó. El Atlético lo intentó hasta el final, pero no pudo. De nada sirvieron los mensajes en el vestuario de los colchoneros. Ni los mosaicos del público de un Vicente Calderón que pretendía ser un infierno para los de Mourinho. Ni el aliento de la afición rojiblanca 'hasta morir'. Todo quedó en nada. Como nunca, como siempre.


Y sí. Misma historia. Mismo guión. Mismo final. Y es que como dice la misma canción de antes, "unos que ríen, otros lloran".

martes, 15 de marzo de 2011

Cuando las palabras no son suficientes... Abidal.


Seguramente nunca llegarás a ganar un Balón de Oro. Tampoco llenarás páginas y páginas de un diario. No escribirán sobre ti regalándote palabras como 'el mejor del mundo'. No serás Pelé, ni Di Stéfano, ni Platini. Tampoco Messi. Tu dorsal, ese '22' que te echará tanto de menos, no será mítico. Ni los niños crecerán queriendo ser como tú. Probablemente, no te aplaudirán en todos los estadios en que dejes tu huella. Quién sabe cuántos recordarán tu nombre el día en que digas decidas decir adiós al fútbol. Quizás nadie sepa ni tan siquiera donde naciste. Ni cuando. No se venderán millones de camisetas tuyas alrededor del mundo. Ni las chicas colgarán posters con tu foto en sus habitaciones sólo porque eres guapo. Pocos se pintarán tu nombre en sus caras o se pelearán por hacerse una foto contigo. Vete a saber cuántas personas al escuchar la palabra 'Abidal' habrán pensado en cualquier cosa menos en ti. Seguro que, para muchos, seguirás siendo un mero desconocido.

Pero nadie, absolutamente NADIE podrá discutir que eres uno de los GRANDES. De esos jugadores que demuestran que la palabra 'CRACK' no está sólo ligada a lo que uno hace sobre un terreno de juego. Porque para ser 'crack' es condición indispensable ser antes PERSONA. Y tú lo has demostrado muchas veces.

Ahora la pelota está en tu tejado. Te toca marcar el gol de tu vida. Conseguir la victoria en el que, quizás, sea el partido más difícil de tu vida. Nada podrá contigo, tú podrás con todo.

Triste día el de hoy. ¡Parece tan irreal todo lo que está sucediendo...! Tan increíble, tan inconcebible.

Tan pesadilla.


Estamos todos contigo. Sólo tienes que cerrar los ojos e imaginarte el Camp Nou en los días de los grandes partidos. Miles de personas a tu lado. Corean tu nombre. Te aplauden. Esto es lo mismo, sólo que esta vez te gritaremos todos en silencio. Y aunque no nos escuches, muchos somos ya los que te estamos esperando de nuevo.

Porque volverás. Seguro.
Tienes que volver.


domingo, 13 de marzo de 2011

Cesc Fàbregas. 'Ni contigo, ni sin ti'

Barça y Arsenal comparten algo más que su manera de entener el fútbol: el corazón de Cesc Fàbregas.

Un Cesc Fàbregas que con tan sólo 16 años tuvo que enfrentarse a una de las circunstancias que, probablemente, más marcarían su camino en el mundo del deporte rey. En un lado de la balanza, quedarse en Barcelona. Su sueño, su equipo de toda la vida, sus compañeros, su familia. En el otro, marcharse a Londres. Su particular 'tierra de las oportunidades'. ¿Cuántas vueltas debió darle a aquella decisión un chico que sólo soñaba con hacer lo que más le gustaba, que era jugar al fútbol? ¿Qué debió pasar por su cabeza aquel septiembre de 2003? Sólo él lo sabe, y también sólo él podría determinar qué precio ha tenido que pagar por haber elegido decir adiós al Barça. Nunca llegaremos a saber con total convicción qué supuso para él aquel cambio, ni podremos ser capaces de valorar suficientemente a qué tuvo que renunciar o todo lo que se perdió por elegir al Arsenal. Por estas razones, y también por muchas otras, son por las que me decido a decir que el fútbol, y todos los que nos deleitamos con él, ha sido muy injusto a veces con Cesc Fàbregas.

Lo comprobé el pasado 8 de marzo. Partido de vuelta de octavos de final de Champions entre Barça y Arsenal. Cesc volvía al campo en el que, paradíjicamente, nunca llegó a jugar vistiendo la camiseta azulgrana y que, sin embargo, siempre consideró su casa. Llegaba tocado. Una lesión había estado a punto de dejarlo sin el que, sin duda, era uno de los partidos más especiales para él. Uno no vuelve todos los días a su casa después de muchos años de ausencia y de amores declarados pero escondidos; no gritados, sin embargo, para no hacer daño al equipo (y a la afición, la 'gunner') que lo abrazaron después de que Cesc tuviera que protagonizar la que, probablemente, haya sido una de las despedidas más difíciles de su vida. Hizo todo lo posible por llegar a ese partido. Por el Arsenal, por su compromiso como capitán de los 'gunner', por el técnico que se lo enseñó todo y que le llevó, de la mano, a convertirse en lo que es en estos momentos. Porque aunque a muchos les pese, aunque muchos no quieran reconocerlo, aunque muchos quieran poner una venda delante de sus ojos para no verlo, aunque otros no encuentren motivos suficiente para llegar a afirmarlo... Cesc Fàbregas es grande. Muy grande. Por muchas razones, pero, sobre todo, porque fue capaz de renunciar a todo lo que quería por perseguir un sueño. Dejar atrás todo lo que te hace sonreír no es fácil, pero él lo hizo. Y lo hizo para alcanzar algo mucho más inaccesible que una sonrisa: la felicidad. Ser feliz en el fútbol.

El caso es que el 8 de marzo Cesc Fàbregas abandonó el Camp Nou acompañado de una sonora pitada que le brindó la afición azulgrana. Una afición que, sin duda, estaba en todo su derecho de hablar, pero que, según mi parecer, fue muy injusta con el jugador del Arsenal. Con motivos o no, las personas que estaban aquella noche siendo testigos de cómo el Barça encarrilaba su pase a cuartos, debieron ser conscientes de quién es Cesc. Un chico que abandonó Barcelona en busca de una oportunidad en el fútbol que el Arsenal le regaló. Y hay regalos que significan tanto que, incluso, son difíciles de devolver. Y hasta ahora, Fàbregas ha considerado que la manera más idónea de devolver a los 'gunners' y a Wenger todo lo que hicieron por él ha sido quedándose en el Arsenal, llegando a convertirse en el eje central de un equipo que sin él, perdería a las piezas indispensables del puzzle.

¿Tan difícil es entender la situación de Cesc? De verdad, ¿es tan complicado?

Ahora el camino fácil es pitarle, claro. Lo pitamos, y si algún día vuelve a Barcelona, le aplaudiremos como nunca y le haremos altares si hace falta. Pero mientras, le abucheamos, le silbamos y pataleamos. No hay nada como llorar por algo que no tienes. Y digo yo... ¿Qué tal si somos algo coherentes y justos? ¿Tanto duele que todavía no haya vuelto? ¿Por qué tanta rabia contenida¿ ¿Por qué tanto rencor?

Ni yo ni nadie sabe si volverá o si se quedará. Pero, pase lo que pase, no nos podemos dejar llevar por la impaciencia. Tampoco por el desasosiego. Lo que sea, será. Pero lo que es inadmisible (por lo menos, injusto) es que alguien como Cesc Fàbregas sea despedido del Camp Nou como lo fue en el partido frente al Arsenal. Porque alguien que sigue en el equipo de Arsène Wenger aún sin ganar títulos y que no acaba de firmar su regreso al club que le vio nacer, debe tener motivos de suficiente peso para hacer lo que hace.

En mí aún cabe la esperanza de ver a Cesc vestido de azulgrana. De hecho, creo que acabará por volver. Pero tiempo al tiempo. Si hace ocho años la despedida del Barça fue difícil, no menos lo será para él la del Arsenal. Hay que tener muy presente que allí fue donde creció y donde se hizo un nombre en el mundo del fútbol. No es fácil. Seguro que no es fácil.

Y los demás no sabemos apreciarlo.
Y hay cosas que, aunque se escapen a nuestros sentidos y a nuestras convicciones, no se pueden quedar olvidadas en cualquier rincón.

La del Barça con Cesc Fàbregas es la perfecta historia del 'ni contigo ni sin ti'. Y por ahora, la afición azulgrana sólo puede esperar a que llegue el momento en que dicha historia acabe por encontrar su punto y final. Pero, por favor, no seamos injustos.

martes, 8 de marzo de 2011

Sólo uno podrá seguir soñando

Barça y Arsenal vuelven a enfundarse el papel de protagonistas indiscutibles en una de esas noches mágicas que nos regala cada año la Champions. El objetivo de unos y otros, hacerse con el billete que conduce a cuartos. Pero en el horizonte de ambos aguarda una ilusión mucho más profunda que la de pasar a la siguiente fase. Una ilusión que se traduce en un nombre, Wembley, y en una fecha, 28 de mayo de 2011. Pero tanto los de Guardiola como los de Wenger son conscientes de que hasta entonces, aún queda mucho camino por recorrer y, que el primer paso para llegar a la final anhelada, se decide esta noche en el Camp Nou.


Los gunners vuelven a Barcelona con el amargo recuerdo del día en que Messi decidió que ya era hora de dejar claro que estaba dispuesto a comerse el cielo si hacía falta para demostrar que el fútbol es su vida, y que su felicidad pasa por ello. Arsène Wenger, sus jugadores y todos los aficionados del Arsenal probablemente hayan querido olvidar aquel 6 de abril de 2010 sin conseguirlo. Probablemente hayan querido borrar la sonrisa impermeable del argentino en aquella noche en la que dejó de conformarse con los hat-trick y pasó a marcar cuatro goles que hicieron que el Barça se colara en una semifinal de Champions por la puerta grande. Sí, quizás aquella derrota todavía duele. Pero la de esta noche, es una historia distinta. Y el final no tiene por qué ser el de entonces.

Porque hoy, es el Barça el que tiene que demostrar que es tan grande que incluso puede cambiar el desenlace de los capítulos más difíciles. Que nada es imposible, y que nada está escrito hasta que aparece un punto y final. Demostrar que el 2-1 del Emirates sólo fue un accidente provocado por un huracán llamado Arsenal. Demostrar que lo sucedido en Londres puede ser sólo una anécdota que explicar en una historia en la que nada está decidido aún.

Pero saben que los noventa minutos que les separan de los cuartos de final no van a ser fáciles. Sobre todo, porque enfrente tienen a un equipo que, a pesar de fallar en las grandes ocasiones, es grande. Muy grande. Y que, por qué no, puede convertirse en su verdugo. Más aún cuando el Barça es la espina más jodida del Arsenal. Lo fue en la final de París en 2006. También el año pasado en cuartos. Ahí reside el principal peligro al que se enfrentan los de Guardiola: las ganas de venganza de los gunners. ¿Por qué no devolverles la jugada? ¿Por qué tendrían que ceder y allanar el camino del Barça hacia Wembley? ¿Por qué tener piedad y perdonarlos?

Esto es fútbol, señores. Aquí no hay concesiones ni favores. Hacerlo, sería la perfecta condena a perderlo todo. Por ello, los de Wenger han querido dejar claro que no vienen a Barcelona a pasear. Vienen a plantarle cara al mejor equipo del mundo (al menos, al que mejor juega al fútbol). A luchar hasta el final. Y que, si como años anteriores, deben morir en el intento, al menos que no se diga que lo dieron todo por evitarlo. Además, llegan con un as bajo la manda. ¿Su nombre? Robin Van Persie. Parecía que el holandés iba a perderse la fiesta del Camp Nou, pero no. Ha llegado a tiempo. Una amenaza más para un Barça que, a estas horas, está fuera de la Champions. Y que sin Piqué y Puyol en el centro de la zaga, deberá ser capaz de frenar a su rival para evitar sorpresas desagradables.


Pero el de esta noche también es el reencuentro de un viejo conocido con el equipo de su vida. Cesc Fàbregas vuelve al Camp Nou siendo capitán del rival, del conjunto que siendo un niño lo abrazó y le brindó la oportunidad de jugar al fútbol. Siendo capitán del equipo que le ha llevado a ser lo que es ahora. Entre la espada y la pared. Héroe o villano. Sí... difícil papel el que tiene Cesc esta noche.

Nadie puede saber qué pasará esta noche. Pero, a día de hoy, un Barça-Arsenal sólo puede ser sinónimo de fútbol. Fútbol con mayúsculas. Dos de los mejores equipos de Europa enfrentados en un pulso en el que sólo uno ganará. Saben que si logran superar esta piedra en el camino hacia la final, Wembley estará más cerca. Ninguno de los dos quiere morir todavía. Ambos quieren mantenerse en la lucha.

Pero sólo uno seguirá vivo. El otro, deberá decir adiós a la Champions consciente de que habrá caído ante un gran rival. Y es que, pase lo que pase, lo que sí es seguro es que nos espera una noche inolvidable, irrepetible y única. En la que la magia y el fútbol volverán a darse la mano. En la que no puede haber un perdedor si tenemos en cuenta que Barça y Arsenal son los que se enfrentan.

Sin embargo, en cuartos sólo hay lugar para uno.
Y el nombre del que podrá seguir soñando con Wembley se esconde en un escenario inigualable, y que el año pasado ya fue testigo privilegiado de una verdadera lección de fútbol. Si se repetirá la historia o cambiará el final sólo se podrá saber en el momento en que Massimo Busacca dé por terminado el partido. Hasta entonces, el sueño de Wembley sigue intacto para Barça y Arsenal.

Barça y Arsenal...
Inevitable pensar que el que caiga eliminado esta noche dejará 'huérfanos' a todos los que vivimos, disfrutamos y respiramos fútbol.




20.45 h. Camp Nou. Barça - Arsenal.
Bienvenidos al mundo del fútbol.
http://www.youtube.com/watch?v=YsOotRgIFwE&feature=related

jueves, 3 de marzo de 2011

Con corazón, desde Gijón

Recuerdo aquel 15 de junio de 2008 como si fuera ayer.
El aburrimiento se había apoderado de mí, y la desesperación de no saber qué hacer me llevó a tumbarme en el sofá y encender ese aparato que suele salvar nuestras horas muertas. Sin saber muy bien cómo, acabé como siempre: viendo un partido de fútbol.

Fútbol, fútbol y fútbol. Ahora más que nunca me doy cuenta de que he crecido respirando fútbol por todos lados, y que gran parte de mis recuerdos, se basan en él. Perfecto. No hay nada que pueda gustarme más. A veces, se convierte en mi escapatoria...

Pero regresemos a aquella tarde de junio. En la pantalla, Sporting de Gijón-Eibar. Para cualquiera, hubiera sido un partido de Segunda más. Pero para mí, no. Para mí era volver a encontrarme con uno de esos equipos que, pese a no ocupar la primera plaza en tu lista de preferencias, siempre tiene un rincón de ti guardado especialmente para él. No fue un partido cualquiera para mí, porque supuso verlo después de mucho tiempo. Tanto, como nueve años. Y es que fue tal la rabia con la que digerí que el Sporting bajara a Segunda en 1999, que me hizo no querer volver a verlo más. Pero aquella tarde de junio, allí estábamos los dos. Bueno, los dos...y las miles de personas que se habían acercado a El Molinón aquel 15 de junio. Personas que aquel día fueron al templo rojiblanco con la esperanza de que su equipo volviera por la puerta grande a la categoría de oro del fútbol español. Querían dejar atrás cuanto antes una década sombría y volver al lugar que el Sporting de Gijón jamás debería abandonar.

Al frente del barco, Manolo Preciado. Preciado, sí. Ese señor que casi se ha convertido en un símbolo más de su equipo. Ese señor que, además de plantar cara a alguien como Mourinho, ha sabido devolver al Sporting el status que siempre mereció. Ese señor que incluso en los peores momentos, esos en los que el abismo y las caídas libres han amenazado demasiado peligrosamente a los de Gijón, ha sabido mantenerse fiel a su equipo, a sus jugadores, a su afición.

Y es que no hay cuerda floja que haya podido con el Sporting. Un Sporting que, acompañado siempre por una afición incondicional -para mí, y quizás sólo comparable con la del Liverpool y su "You'll never walk alone",la mejor del mundo-, está dónde está por méritos propios. Porque lo fácil es ganar y entrar en ese grupo tan y tan limitado de los llamados 'grandes', pero el Sporting ha conseguido, precisamente, lo más difícil: ser grande siendo pequeño.

Porque que a los de Gijón se les pueden reclamar cosas. Muchas, quizás. Pero lo que es indudable es el que el Sporting es de esos equipos que no cesan en su empeño por salir al escenario más bonito del mundo del fútbol, el césped de cualquier estadio, orgullosos de su historia, de su escudo y de su afición. De esos equipos en los que la palabra 'lucha' se convierte, casi matemáticamente, en su única bandera.



Y yo, aquel 15 de junio de 2008, reconozco que lloré. Lo recuerdo bien. 2-0 en el marcador final. Pero eso fue lo de menos. Y es que mis ojos sólo podían estar pendientes de la avalancha rojiblanca que asaltó el césped de El Molinón. Centenares de banderas, camisetas y bufandas se mezclaron con las sonrisas y las lágrimas -felices, claro está- de todas aquellas personas que habían creído en su equipo y que aquella tarde se convirtieron en testigos del regreso de su equipo a Primera.

Sí, aquel 15 de junio de 2008 el Sporting volvió.
Sí, aquella tarde, el Sporting tomó el camino de vuelta a su lugar. El que siempre mereció.

Y el que espero que el año que viene siga guardando un hueco a uno de los verdaderos 'grandes' del fútbol español.






Con corazón, desde Gijón.