'El fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes'


domingo, 11 de diciembre de 2011

El miedo y el fútbol no son buenos amigos.

El miedo es inútil. Una trampa en la que es demasiado fácil caer. Un fantasma incómodo que torna lo posible en imposible. El peor de nuestros enemigos. Lo es en la vida... y en el fútbol. También ahí es difícil escapar a él.

En el Bernabéu, el Madrid fue una víctima más de ello, y comprobó que jugar con miedo es sinónimo de condena prácticamente inequívoca. Era el escenario perfecto, la situación idónea, el adversario anhelado ante el que dar un golpe sobre la mesa y demostrar entonces que el Barça puede ser destronado y que los de Mourinho son capaces de arrancarle la etiqueta de número uno a su eterno rival.

Y sin embargo... No. El Madrid no aprende. No sabe ganarle al Barça. Poco importa que hasta ahora hayas sido una máquina casi indestructible, que dejes en cada estadio que pisas un saco de goles o que se note que has dado un paso al frente con respecto a años anteriores. Qué más da. Ante los de Guardiola, los blancos volvieron a mostraron su peor cara. La más frágil. La misma historia de siempre. Y es que una vez más, el error del Madrid fue creer que tenía ganado el partido ya antes de que los noventa minutos echaran a andar. Eso, e ignorar dos lecciones que cualquier equipo debería no olvidar: nunca des por muerto a tu rival y no salgas a por el empate si no quieres hacer crecer las posibilidades de perder.

El Madrid lo hizo y volvió a ser un equipo pequeño ante el Barça. ¿Por qué? Por el miedo. Porque si no, no se entiende que un equipo al que le regalan un gol a los veintidós segundos de partido se encierre atrás y no se eche encima del rival para acabar de matarlo. O que cuando el contrario empata parezca que a tu equipo se le ha olvidado cómo se juega el fútbol y que vuelva a ser vulnerable. Y todo ello sin que los once que tienes delante jueguen su mejor partido, una circunstancia que aún te deja más en evidencia. Es difícil de creer, pero innegable que el gran problema del Madrid sigue siendo el Barça.

Un Barça que no hizo un partido perfecto, ni mucho menos. La defensa parecía estar en otro lugar. En cualquier otro, menos en el Bernabéu. Sólo Puyol dio la seguridad que se necesita en una cita del calibre de la de ayer. Durante los primeros quince minutos (quizás un poco más), el Madrid ahogó a los azulgrana, que perdieron demasiados balones, como hacía tiempo que no sucedía. Y ya se sabe que tantas interrupciones en el juego no son el mejor aliado de los de Guardiola.

Pero entonces, apareció él. Es vergonzoso que todavía haya personas que duden de quién es el mejor del mundo. Me parece increíble que aún muchos se pregunten si hemos visto o veremos a alguien como Leo Messi. 'El pequeño más grande'. Nunca unas palabras hicieron tanta justicia. Lo del argentino con el fútbol es algo indescriptible y difícil de imitar. Irrepetible. No marcó en el Bernabéu, pero de sus botas nació el primer gol. No hizo un partido de 10, pero si perdía un balón, no paraba hasta volver a recuperarlo, aunque tuviera que recorrerse todo el campo para hacerlo. Cuando el Madrid dejó huecos a Messi, el Barça respiró.

Y después Iniesta. Tal para cual. La media hora que se marcó el manchego antes de ser sustituido es digna de enmarcar. Fueron los mejores minutos del Barça, y los peores de los de Mourinho, que para entonces ya habían tirado la toalla, y a los que la desesperación y la resignación ya empezaba a apremiar. Iker Casillas, sin el que el Madrid no sería tan Madrid, era el reflejo de lo que sucedía: su equipo había devuelto las alas a un Barça al que si se le deja volar, vuela.

Al Bernabéu sólo le faltó aplaudir. Sin embargo, calló y se limitó a ser testigo de cómo el Barça bajaba un poco de la nube al equipo blanco, que creyó que los títulos se ganaban en diciembre. Los de Guardiola volvieron a ser un vendaval que arrasó con todo a su paso. Los pesos pesados del Madrid no fueron suficientes. Ni Mourinho -del que quiero reconocer para bien que ayer tuviera ciertos gestos que lo alejan del perfecto papel de malo malísimo que interpreta un día sí y otro también- con su once titular y sus cambios, ni Cristiano Ronaldo -dejémonos ya de absurdos debates Messi-CR9, el portugués en los partidos grandes desaparece y se vuelve irreconocible- pudieron hacer nada por frenar a un Barça imparable. Nadie.



El fútbol volvió a poner a cada uno en su lugar.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Y el 'Submarino' se hundió.

No. No me cabe en la cabeza que esté escribiendo sobre el Villarreal.

No, no, no. Me equivoco. Lo que en realidad llevo mal y me cuesta aceptar es el hecho de que lo que voy a escribir gire entorno a la peor cara de un equipo que hasta ayer, como diría aquel, se codeaba con los grandes y se atrevía a tratarlos de tú a tú. Me parece casi imposible que vaya a hablar de la sombra de un 'Submarino' que hasta hace muy poco mantenía el rumbo hacia lo más alto. Durante los últimos años, era raro no ver el nombre del Villarreal entre los cuatro primeros; también no encontrarlo en esas noches de remontadas épicas, de luchas interminables... la magia de la Champions. Pasaba el tiempo, y los castellonenses parecían estar dispuestos a superarse día a día, a seguir escribiendo capítulos inolvidables en su historia.


Pero la felicidad es frágil, y nunca se sabe cuando puede llegar a romperse. Y los de Juan Carlos Garrido se han encontrado con la faceta más amarga de la vida. Esa vida que sucede como si de una noria se tratara: lo mejor siempre está arriba. Pero el Villarreal ha caído hasta el suelo, y sufre. Tanto, que ayer tuvo que hacer frente al duro trago de decir 'adiós' a la Champions al ser incapaz de resistir ese ciclón llamado Manchester City. Nada. Imposible. Se presentaba como una utopía...y lo fue. El Madrigal fue testigo de un Villarreal triste y apagado, que parecía ser consciente ya de que su final no iba a ser precisamente feliz.

Aunque perder ante The Citizens no es más que el reflejo de lo que está siendo el Villarreal esta temporada: un fantasma de lo que fue. No queda nada de ese equipo al que sus rivales temían. ¿Y quién es el culpable? No creo que haya una respuesta clara entorno a ello. Quizás lo que ocurre es que el Villarreal echa demasiado de menos al que hasta ahora había sido su motor. La pieza clave del puzzle. Por sus botas pasaba todo el fútbol del Villarreal.

Santiago Cazorla.

Su marcha al Málaga ha hecho mucho daño a los castellonenses. Mucho. Falta algo, alguien. Él. Y sin Cazorla, las cosas no funcionan. Y es entonces cuando vienen los tropiezos y los malos tiempos; la tormenta. Absurdo intentar evitar no tambalearse.

Tampoco ayuda que Joan Capdevila ya no esté (siempre he creído que en todos los vestuarios tendría que haber un jugador como él), o la circunstancia de que parece que alguien le ha echado un mal de ojo al Villarreal. Sólo le faltaba a Garrido tener que soportar el via crucis de las lesiones. Cani, Zapata, Nilmar...Giuseppe Rossi. Diagnóstico: rotura del ligamento cruzado de la rodilla derecha. Resultado: seis meses lejos de los terrenos de juego. Cuando algo va mal, siempre puede ir a peor. El italiano se convirtió en la estrella indiscutible del Villarreal la temporada pasada, y sus goles permitieron que el equipo se colara de nuevo entre los grandes. Y aunque este curso tampoco había empezado bien para él, era una garantía tenerlo sobre el césped. Pero hasta en este aspecto, la suerte fue esquiva con el Villarreal.

¿Y ahora qué? Ahora...nada. El 'Submarino' se muestra débil y susceptible, no se sabe si tocará fondo o si conseguirá coger aire. Pero las cosas no pintan bien, sobre todo teniendo en cuenta que las dudas empiezan a sobrevolar la cabeza del capitán del buque-Juan Carlos Garrido- y que el casco puede resquebrajarse en cualquier momento. No hay que engañarse. Ya se sabe lo que mal empieza... quizás mejor no acabar la frase.

Quizás dentro de un tiempo, cuando las cosas se hayan calmado, escriba de nuevo sobre el Villarreal, con la esperanza de que mis próximas palabras sobre el equipo castellonense tengan otro matiz. Más alegre. Más optimista. En definitiva, mejor.

lunes, 24 de octubre de 2011

Levante, un invitado sorpresa en una Liga de dos

El fútbol es tan grande que a veces nos convierte en testigos de cosas que a priori podrían parecer prácticamente imposibles. Y si no, tan sólo hace falta echar un vistazo al lugar más alto de la clasificación de la liga española para comprobarlo. Y no, el hecho de que los nombres de Real Madrid o Barça no aparezcan en primera posición no es ningún error; tampoco fruto de la casualidad.

Dicha circunstancia es, única y exclusivamente, mérito de un Levante que se ha erguido como el equipo revelación de la presente temporada. ¿O acaso alguien imaginaba que los granotas serían líderes a estas alturas? Yo, al menos, no.

De hecho, y sucede una y otra vez cuando el curso futbolísticamente hablando da sus primeros pasos, tengo la manía de hacer mis 'quinielas' de lo que sucederá: quién será el campeón, quién podrá colgarse la etiqueta de 'equipo Champions', quién tendrá un hueco en la Europa League... Pero, sin duda, la que más juego da es la del descenso, porque suele ser la lucha más temida, más reñida y, quizás, la más capaz de todas de abrazar el factor sorpresa. Y mis candidatos este año para caer en el pozo de Segunda eran Granada, Zaragoza...y Levante. Mantengo mi apuesta por los andaluces, su fútbol hasta ahora no ofrecen motivos más que suficientes para creer que pueden salvarse. Y el mismo guión lo traslado a los pupilos de Javier Aguirre, que ya llevan algunos años jugando con fuego y que si continúan mostrándose tan débiles y no da signos de reacción pronto pueden acabar pagando los platos rotos al final.

Sin embargo, con el Levante me equivoqué. Lo reconozco. Nunca he sentido una especial simpatía hacia el equipo levantino -no tengo nada en su contra, pero tampoco me atrae-, pero ahora no me queda otra que tragarme mis propias palabras, quitarme el sombrero y aplaudir. Chapeau.

Seis victorias, dos empates y ninguna derrota son los resultados que han llevado a los de Juan Ignacio Martínez a lo alto de la tabla, sin olvidar que se ha convertido en un 'matagigantes' (Madrid o Villarreal, por ejemplo, y entre otros, han sido sus víctimas hasta el momento), a ser líderes indiscutibles de esta Liga que se antojaba -todo parecía indicar que sería así, y, es muy probable que acabe siéndolo- bipolar. Pero el equipo granota es el intruso en una guerra de dos, y ve a azulgranas y madridistas por el retrovisor. Un Levante que con el presupuesto más bajo de la categoría de oro del fútbol español está llevando a cabo una verdadera revolución, y que colecciona elogios desde todos los rincones.

Los veinte puntos que llevan cosechados y que sea el equipo menos goleado de toda la categoría hablan mucho de este Levante que, por sorpresa, y contra todo pronóstico, se ha convertido por ahora, en el árbitro inesperado de esta Liga de dos.


martes, 4 de octubre de 2011

La vergüenza de lo inhumano.

El fútbol, como todo en esta vida, es capaz de reflejar lo mejor y lo peor; lo bueno y lo malo. Pero lo sucedido el pasado domingo en el Vicente Calderón supera cualquier límite que pueda haber entre ambos polos opuestos. Lo que ocurrió durante el transcurso del Atlético de Madrid-Sevilla puede resumirse en apenas dos palabras: inhumano e imperdonable.

A lo largo de la historia hemos visto la peor cara del fútbol plasmada, no pocas, sino muchas veces. Desde los "Messi muérete", a los "Ese portugués, hijo puta es", pasando por las cabezas de cerdo sobre el terreno de juego y los insultos racistas que han sufrido, entre otros, jugadores como Marcelo o Eto'o, sin olvidar tampoco el tan poco acertado 'Mr.Hígado' con el que un periodista -quiero pensar que lo hizo inconscientemente y sin maldad- nombró a alguien como Eric Abidal que hace nada consiguió ganar una batalla contra el cáncer que, por desgracia, muchos no son capaces de lograr. Y no, no somos ajenos a que, tristemente y cada vez más, el respeto en los campos de fútbol brilla precisamente por su ausencia. O hemos perdido la cabeza o esto se pudre por momentos. ¿Hemos olvidado ser personas o qué? Porque parece que ahora la regla dominante sea 'jode, y cuanto más, mejor'. De acuerdo, que el rival es precisamente eso, un enemigo, pero hay maneras de hacer las cosas que no tienen por qué tener como finalidad última la de hacer daño o herir al contrario. Y mucho menos, cuando un determinado gesto o unas desafortunadas palabras juegan con algo tan frágil como la vida de una persona. O, peor aún, con alguien que ya no está.

Pero una parte de la afición del Calderón se saltó la barrera de lo humano. No sé si fueron cien, doscientas o quinientas personas. Quizás más de mil. No importa el número. Sólo sé que los gritos de 'ea, ea, ea, Puerta se marea' -en referencia a la muerte del jugador del Sevilla Antonio Puerta, que falleció en agosto de 2007 tras sufrir una parada cardiorespiratoria sobre el césped del Sánchez Pizjuán en un partido frente al Getafe- dan ganas de vomitar. No sólo rechazo, sino asco. Porque no se entiende que unos descerebrados, si es que se les puede llegar a definir, sean capaces de reírse de la muerte de una persona. Por muy del rival que sea. ¿A dónde hemos llegado a parar? Si fuera en nuestra contra, ¿nos gustaría? ¿Cómo debió sentirse la familia de Puerta? ¿Y sus compañeros? ¿Y los sevillistas?

La vergüenza de los aficionados rojiblancos hace daño, y mucho, al fútbol. De nada sirven las disculpas de Enrique Cerezo, presidente del equipo de El Manzanares. Que no, señor Cerezo, que no. Que su obligación el domingo era la de echar a esos impresentables del estadio, y no quedarse sentado en su asiento con las manos cruzadas, permitiendo que un gran partido como el que enfrentaba a Atlético y Sevilla tuviera que tener de banda sonora una canción tan indecente y tan triste como ésa. Que sí, que son unos pocos, pero es que ni pocos ni muchos.

¡Ya basta!

miércoles, 22 de junio de 2011

Volverán. De la magia del 'Súper Depor' a las lágrimas por el descenso.

[Estas palabras son el producto de uno de esos momentos en que empiezas a revisar el infinito número de recuerdos que es capaz de guardar nuestra cabeza. Momentos que, por una razón u otra, han significado algo en tu vida. O simplemente, porque son especiales. ¿El protagonista? El Deportivo de la Coruña. ¿El por qué? Porque Galicia es una parte importante de mí y también lo es el fútbol. Y porque a veces, cuando se atraviesan épocas tristes o difíciles, como en el caso del equipo gallego, es bueno volver al pasado y comprobar que los momentos felices existen y que pueden volver. Por todo ello, estas palabras. Mi particular regalo para dos personas a las que quiero. Para ti, Marc. Pero sobre todo para ti, abuelo]

Hay instantes que no se olvidan nunca. Imágenes y sonidos imborrables, de aquellos que el tiempo no puede alterar por muchos años que pasen. Y el fútbol, a veces, en una de esas noches mágicas que quedan grabadas para siempre, también nos ha dejado momentos como esos. Eternos.

Siete de abril de 2004. Para muchos, ese día puede no tener significado alguno; otros, en cambio, jamás se cansarán de recordarlo. Y es que aquel día, Riazor se convirtió en el centro del mundo del fútbol, con Deportivo y Milan como actores protagonistas de uno de los capítulos más recordados de la historia más reciente de la Liga de Campeones. El guión, un partido de vuelta de los cuartos de final de la máxima competición europea, había empezado mal para los gallegos en la ida, disputada en San Siro. En Italia, los de Javier Irureta habían sucumbido ante los de Ancelotti, recibiendo una dolorosa derrota (4-1) que dejó más que heridos a los blanquiazules, que apenas guardaron un rincón para la esperanza. Parecía que los rossoneri llegaban a A Coruña a dar un simple paseo…

Pero “parecía” no significa que fuera así. Y la magia del fútbol volvió a jugar con el destino. Aquel miércoles, los dioses quisieron ponerse del lado de los deportivistas, como si la Torre de Hércules que custodia la ciudad gallega hubiera dejado salir todos sus fantasmas escondidos y estos hubieran decidido deambular por el estadio de Riazor en una noche que se antojaba un mero trámite previo a la triste despedida de la Champions de un Deportivo que había conseguido colarse entre los mejores de Europa. Y ya se sabe que las cosas no siempre salen como uno espera que salgan.

Todo parecía imposible, pero Pandiani, Valerón, Luque y Fran decidieron que aquella noche tuviera un final feliz y acabaron convirtiéndose en los verdugos del Milan de los Pirlo, Kaká y compañía. El todopoderoso conjunto italiano caía eliminado de la Liga de Campeones a manos de un equipo que antes de que el árbitro señalara el inicio de los noventa minutos estaba prácticamente muerto. “Un partido perfecto y una noche gloriosa”, repetía una y otra vez Irureta al término del partido. ¡Cómo olvidar aquel once! Molina, Manuel Pablo, Andrade, Naybet, Romero, Sergio, Mauro Silva, Víctor, Valerón, Luque y Pandiani. Once héroes que pasaron a la historia y que dibujaron los sueños de todos los seguidores blanquiazules.



Recuerdo estar en mi habitación sin poder quitar los ojos de la pantalla de la televisión y con la radio puesta, como si no quisiera perderme aquel momento. Como si aquel día hubiera olvidado mis colores y fuera una seguidora del Deportivo más. Estaba nerviosa como pocas veces lo he estado, y grité como nunca antes. Y salté, y me emocioné, y se me puso la piel de gallina… Y sí, también lloré. Cuando el árbitro del partido, el suizo Urs Meier, decidió que aquel capítulo había acabado, no pude evitarlo. Y lo hice porque en mi cabeza aparecía la cara de alguien a quien quería mucho, y a quien tenía muy lejos –nada más y nada menos que a mil kilómetros- y que seguramente también estaría llorando: mi abuelo.

Aquella noche, Riazor se convirtió en el cielo, y el Deportivo lo rozó. Acababa de conseguir el billete para la semifinal de la Champions, y el Oporto esperaba al equipo que había dejado fuera de combate al mítico Milan en el. Miles de deportivistas se permitieron aquel día el derecho a soñar, y es que ser uno de los protagonistas de la final de Viena habría sido el premio más preciado tras una década firmada con letras de oro.

Pero el Oporto de un por aquel entonces casi desconocido Xose Mourinho se cruzó en camino y acabó con el sueño del Deportivo. Los portugueses acabarían haciéndose con el título tras vencer al Mónaco en la final, pero aquella Champions se tiñó de blanquiazul. Aquí o allá, nadie hablaba de otra cosa que no fuera la victoria del Depor ante el Milan. Y, seguramente, pocas personas pudieron evitar sentirse un poco blanquiazules por aquel entonces. Los herederos del ‘Super Depor’ habían vuelto a escribir una nueva página casi irrepetible en la historia del equipo coruñés.

***
Augusto César Lendoiro sigue siendo el presidente del Deportivo de la Coruña veintitrés años después. Llegó a la presidencia en 1988, y la etiqueta de “equipo ascensor” –derivada de sus constantes ascensos y descensos, de su insistente vaivén entre Primera y Segunda- que perseguía a los gallegos en décadas anteriores acabó perdiendo todo su sentido. Sobre todo cuando en 1992 se instaló en la categoría de oro del fútbol español dispuesto a quedarse mucho tiempo. Y, la verdad, no salió tan mal, porque en esta ocasión, la aventura duró veinte años. Pero para contar el desenlace, ya habrá tiempo.

El caso es que aquel 1992 marcó un antes y un después. Y todo, resumido en dos palabras: “Súper Depor”. O mejor… ¿por qué no recordar a Bebeto, Mauro Silva, Fran, Donato, Nando, Claudio y demás? ¡Qué gran orquestra, y qué gran sinfonía la que crearon bajo la batuta de Arsenio, el inolvidable “Brujo de Arteixo”! Enamoraban a propios y a extraños, y el corazón de aquel equipo se guardaba en una pequeña ciudad a orillas del Atlántico. De hecho, si no fuera porque Djukic falló aquel penalty ante el Valencia en la última jornada…sí, en 1993 la Liga se le escapó de las manos a un Deportivo que empezaba a sentirse cómodo en Primera. Casualidades del destino, el Valencia volvería a cruzar en el camino de los coruñeses años después, aunque aquel final sería mucho más triste. Y es que aunque las lágrimas fueran las mismas, las últimas dejaron una herida mucho más profunda.

Pero no queramos ir deprisa. Las cosas bonitas, las que merecen la pena, hay que saborearlas.

Aquel ‘Súper Depor’ fue la cuna de lo que vendría después. Ahora sería Jabo Irureta quién dirigiría al equipo, que había conseguido colocar su nombre al lado del de los más grandes. Llegaron Rivaldo, Djalminha, Luizao. Y Valerón, y Makaay, y Tristán. Y esta vez, el fútbol que había enamorado en España traspasó fronteras y cambió de escenario. Un mayor escaparate, más ambicioso. Mejor.

Europa. Pero antes de llegar a las noches mágicas europeas, los gallegos ganaron su única Liga (2000) y su segunda Copa del Rey –la primera se logró en la temporada 1994/1995-, recordada con el nombre de “El Centenariazo”, ya que el Depor arrebató el título al Real Madrid en la temporada en la que los blancos cantaban su ‘cumpleaños feliz’ número cien. Y los de Irureta se encargaron de que lo de feliz se quedara como una simple palabra de una canción. Porque aquella noche en el Bernabéu la única melodía que sonó fue “La Rianxeira”, silenciando a todos los madridistas que soñaban con su gran fiesta.

En Europa, y cuando el siglo XXI daba sus primeros pasos, Manchester United, Arsenal, Juventud, PSV Eindhoven, PSG o Bayern de Munich sufrieron en su propia piel el poder del fútbol que desplegaba entonces el Deportivo. Hasta que llegó LA noche en mayúsculas, en la que Riazor fue testigo de la caída de un Campeón de Europa como el Milan a manos de un equipo que soñó con ver el mundo desde lo alto. Y aunque no pudo ser, aquello siempre quedará.

Aquella misma temporada, la dolorosa derrota ante el Mónaco (8-3) había hecho encender todas las alarmas, pero lo sucedido ante el Milan borró cualquier rastro de preocupación. Sin embargo, en septiembre de 2004 los deportivistas volverían a caer en el Louis II ante los franceses, y aquel partido sí supuso el principio del fin. No fue una caída al abismo rápida e inmediata, pero el castillo que durante años se había ido construyendo, empezó a desplomarse. Poco a poco, como si quisiera ir avisando de que el peligro estaba cerca. La marcha de las estrellas del equipo y el adiós de dos ‘monstruos’ como Mauro Silva o Fran no eran más que la crónica de una muerte que tiempo después podría ser definida como anunciada. Y sin embargo, hasta este año, el Deportivo, más sombra que nunca del ‘Súper Depor’ y del ‘Euro Depor’ que habían conquistado el fútbol, sobrevivió. A trompicones y viéndose obligado a esquivar muchos obstáculos que le pusieron entre las cuerdas en más de una ocasión. Su juego se tornó triste y apático. Lento. Como si alguien hubiera trazado todo ello en blanco y negro. Como si la melodía que antes había acompañado al equipo en sus años más brillantes se hubiera convertido en un réquiem.

***

Las lágrimas de Juan Carlos Valerón en Riazor en la última jornada de la temporada que acaba de cerrarse lo dicen todo. Veinte años después, el Deportivo escribía su adiós a Primera al ser incapaz de ganar a un Valencia que una vez más se convirtió en su verdugo. Pero, de nuevo, fue el equipo blanquiazul el que se equivocó. Dejó de luchar antes de tiempo, y esa fue su mayor condena. Nada pudo hacer ya cuando se dio cuenta de que la soga de Segunda le rodeaba el cuello sin que esta pudiera aflojarse. La tristeza volvió a inundar las calles de A Coruña, y el corazón de miles de deportivistas se encogió.




Y así fue cómo el Deportivo más grande cayó, despidiéndose de su etapa más bonita. La más brillante. La más recordada. La que nadie puede cambiar ya. Pero se despidió con la promesa de que volverían.

Porque aunque el pasado es irrepetible, siempre hay un lugar para la esperanza.

miércoles, 25 de mayo de 2011

"Del dandi nórdico al pequeño más grande".

A falta de cuatro días para la final de Wembley, alguien, un buen amigo, me dejó un 'regalo' en el diario en el que ambos trabajamos. Le llamo regalo porque siempre me gustó mucho Michael Laudrup, y porque ver a Leo Messi en acción es indescriptible. Y, por ello, quiero dejarlo plasmado aquí.

[Autor: Dídac Peyret. SPORT. Martes, 24 de mayo de 2011]

Laudrup personalizó la elegancia del ‘Dream Team’ de Cruyff y Messi es el mejor portavoz en elcampo del Pep Team. Un jugador de leyenda.

Un genio es imposible de describir. Es puro instinto. Así son los futbolistas que nacen tocados por una varita. El talento puro no se enseña. Tiene algo de irracional. Por eso los seguidores los eran como si de un dios de tratara. Del ‘Dream Team’ al Barcelona actual han pasado por el Camp Nou buenos futbolistas, grandes jugadores y genios irrepetibles. Michael Laudrup y Leo Messi forman parte de este último grupo. El danés fue una pieza clave del ‘Dream Team’. Nadie envolvía mejor los pases. Era un visionario único. Sólo él era capaz de ver un hueco invisible, una opción de pase, un proyecto de gol, entre un montón de piernas.
El Camp Nou no tardó en considerarlo uno de los suyos. En las primeras gradas era habitual ver una pancar ta que rezaba “Enjoy Laudrup”. En el vestuario del también encajó de buenas a primeras. Siempre fue buen considerado por el sector vasco. Se acercó a Koeman y Guardiola. Hizo buenas migas con Nadal. Los tres jugaban a menudo al parchís.



Laudrup fue una pieza clave como
falso nueve; Messi ha cogido su
relevo y ha llevado al Barça a otro nivel.



Laudrup era un tipo tímido. De carácter nórdico. Pero los que lo conocieron de cerca aseguran que cuando ganaba confianza se soltaba. A ‘Michelino’ le divertía el fútbol pero lo vivía de forma liviana. Sin obsesiones. Era habitual oírle decir que colgaría las botas más pronto que tarde. Disfrutó del ‘Dream Team’ y sufrió a Cruyff. También aprendió mucho del holandés.

Johan le hizo un hueco como falso nueve. En el mejor ‘Dream Team’, Laudrup era uno de los gestores del fútbol total. Por sus botas se filtraban la mayoría de jugadas del Barcelona. Pocos tenían tanta sensibilidad en los pies. Anunciaba un pase a la izquierda y entregaba una asistencia a la derecha. También era desborde. La croqueta era sinónimo de espectáculo. Jugada ‘Made in Laudrup’. Pero Cruyff siempre quería más. A menudo se acordaba del danés en la rueda de prensa. “Defiende poco, debe marcar más goles, se esconde”, se escuchaba a menudo.
En Wembley salió en el once y se acordó de su pasado en Italia. En la Juve, donde nunca disfrutó del fútbol. Frente a un equipo que incomodó muchos minutos al Dream Team. Luego llegaría el gol de su gran amigo Koeman. Johan siempre tuvo a Laudrup por un escogido, así que siempre le exigió más que a los otros. Lo tensó para sacar lo mejor de él, hasta que el danés dijo basta. “No lo aguanto más”, dijo. Laudrup avisó y luego se fue al Madrid abriendo muchas heridas en el barcelonismo. 17 años más tarde, el danés sonríe cuando ve al Barcelona actual. “Lo que hizo el Dream Team fue cambiar radicalmente la historia de este club y por eso es un equipo tan especial, pero este Barcelona es mejor y tiene a Leo”. Lo sabe bien el danés: Messi es otra cosa. Tiene algo antinatural. Desde hace tiempo juega en otra liga. En la de los Maradona, Cruyff, Pelé y compañía. ‘La Pulga’ se encarga de recordarlo a menudo con jugadas irrepetibles de la historia del fútbol, empezando por el gol maradoniano en Getafe.
Desde su presentación en sociedad en el Gamper, ha ido subiendo peldaños. No se recuerdan cifras goleadoras como las suyas. Con solo 23 años ya sabe lo que es ganar dos veces la Liga de Campeones, saborear cinco veces el título liguero y recoger el Balón de Oro en dos ocasiones. Es el coleccionista de récords.

Pep ha logrado sacar su mejor versión. Como falso nueve. Sin ataduras. Leo es el inicio y final de las jugadas. Es el mejor mediocampista. Un delantero letal. Y el mundo futbolístico asiste asombrado al espectáculo. Para Wenger “lo que hace en el campo es arte”. Guardiola asegura que “alguna vez contaré a mis nietos que entrené a Messi”. Xavi cree que “un jugador así sale cada 25 años”. Del Bosque destaca que sigue jugando como un potrero en las calles de Argentina. “Cuando Messi dice: dame la pelota que yo resuelvo esto, es imparable. Es como si jugase en la calle driblando a todos”. Incluso Maradona ya sabe que Messi está en disposición de coger su relevo. En Wembley vivirá de nuevo una reválida. Un partido grande. De esos que tanto le gustan. “Mis palabras me las guardo para el día 29”, dijo hace unos días y el Camp Nou gritó amén.



viernes, 1 de abril de 2011

El riesgo que supone perder la cabeza

Los cimientos en Can Barça empiezan a temblar, y el riesgo de que todo comience a resquebrajarse poco a poco aumenta por momentos. Demasiado bonita pintaba la historia como para durar tanto. Y es que esta semana el Barça ha dejado de ser noticia por su fútbol para meterse en terrenos de los que es más difícil escapar y que, tarde o temprano, acaban por pasar factura.

De abrir la caja de los truenos se encargó un Sandro Rosell que para decir lo que dijo ya podría haber mantenido su particular ley del silencio. O eso, o que alguien le enseñara que, como máximo representante de una institución del calibre del F.C.Barcelona, no puede llegar y soltar tal barbaridad. Porque, señor Rosell, decir que el Barça le va a endosar un 5-0 en la final de la Copa del Rey a los que, junto con los suyos, forman uno de los mejores equipos del mundo, es una imprudencia y una temeridad que puede traer consecuencias de las que después uno se puede arrepentir. O, mejor dicho, Rosell debería aprender, además de los errores propios, de los de los demás. ¿O es que no recordamos qué le pasó al Real Madrid el día que un tal Vicente Boluda puso la palabra 'chorreo' en la primera línea de fuego del mundo del fútbol? ¿Alguien me puede decir que pasará si el día de la final de Mestalla el Barça tiene que salir por la puerta de atrás y mirando de reojo cómo otros recogen la Copa? Tocará volver a Barcelona escondido y con la cabeza gacha, algo más bien propio de los cobardes que de un equipo como el azulgrana.

Rosell también debería aprender que llevar sobre la espalda la etiqueta de 'grande' también conlleva ser humilde y tolerante. Quién acaricia y abraza las victorias y, sin embargo, no es capaz de mantener los pies sobre la tierra y no sobre la luna, acaba perdiendo. Porque siempre nos han dicho que hay que saber perder, pero también ganar. Y aunque en los últimos años en el Barça todo han sido primaveras y en el Madrid inviernos, no podemos perder la cabeza. Ni los que actuamos como meros y privilegiados espectadores, ni los que tienen voz y voto ahí dentro. Nadie. Y ese nadie incluye al presidente del Barça. ¡Claro que nos gusta ganar al Madrid! ¡Claro que, los que somos culés, disfrutamos con el 2-6 o el 5-0! Pero de ahí a perder los papeles y despreciar así a un rival que no necesita demasiados argumentos para explicar qué lugar ocupa en el fútbol español y mundial, no. No podemos pasar por ello.

Porque si alguien piensa, a falta de 19 días, que se va a volver a repetir la manita ante los de Mourinho... o estamos locos o somos gilipollas, hablando en plata. Después pasará una cosa u otra. Es lo que tiene el fútbol, que a veces se disfraza con las casualidades y las sorpresas más inesperadas. Pero palabras como ésas, no. Señor Rosell, no, no y no. Porque a muchos les pasará como a mí, que aún seguimos pensando cómo alguien ha podido decir algo así. No negaré que me sentí avergonzada, porque yo, las victorias, las quiero tanto dentro como fuera del terreno de juego. Y creo que el presidente del Barça, con sus palabras, ha caído muy bajo. Y lo que es peor aún: ha hecho que la entidad que preside se vea teñida de una polémica que no era necesaria y que no hace ningún bien. Sólo espero que el 20 de abril no se acaben pagando las consecuencias. Apliquémonos, por favor, un poco más lo de "con la boca cerrada no entran moscas".

Y si fuera este sólo el único capítulo que ha salpicado la actualidad del Barça esta semana... pero no. Lo dicho. Estos días el fútbol parece haber quedado en un segundo -injusto, desmerecido y equivocadamente relegado- plano en el conjunto azulgrana. Cuando los focos de atención deberían centrarse en el importante, trascendente y complicadísimo partido ante el Villarreal -los fallos acaban pagándose y tropezar ahora saldría demasiado caro- a la salida de tono de Rosell hay que añadirle la polémica entrevista de Josep Guardiola a la RAI italiana. "Estoy bien aquí, pero mi tiempo en el Barça se está acabando" fueron sus palabras y... ¡tachán! Se armó la gorda. No quiero entrar demasiado en este tema porque desconozco los entresijos de la historia, y no sé qué es verdad y qué es mentira, pero si la entrevista y las palabras son reales, mal por Guardiola y mal por el periodista y el medio de comunicación italianos.

Mal por Guardiola porque si uno dice 'no' a las entrevistas, es un 'no' válido para todos. En esto no se pueden hacer excepciones ni tratos de favor. Si el técnico azulgrana se guarda su derecho a no hablar ante los medios de comunicación, debe ser algo coherente con su posición y no romperla a las primeras de cambio. Porque, como entrenador del Barça, lo que piensa o cree, de la misma manera que todo lo bueno se le es reconocido merecidamente, es de interés general para todos. Para los de su equipo (incluyendo a todas las personas que tienen alguna relación, incluyendo, por supuesto, a los aficionados) y para los demás. Y mal por el periodista y la RAI porque, si finalmente se confirma que el medio ha traicionado a Guardiola, que confiaba en que sus palabras no salieran a la luz, la dignidad de una profesión como el periodismo, que ya está bastante enferma en los últimos tiempos como para agravar más aún su situación, acabará rozando niveles ínfimos (aunque, tristemente, ya estamos acostumbrados a que sucedan cosas así en los medios). Y es que, a veces, nos olvidamos de que los que nos hacemos llamar periodistas deberíamos luchar por devolver al periodismo muchos de los valores que han acabado perdiéndose por el camino. Reflexiones personales a parte, sólo hay errores, errores y errores por todas partes.


En definitiva, Rosell y Guardiola, queriendo o sin querer, han sido los protagonistas de esta semana. Y su interpretación en la función de la última semana de marzo no ha sido, precisamente, acertada. Es más, todas estas historias, que no hacen ningún bien al Barça, a su estatus y a su imagen, han eclipsado a lo verdaderamente importante: el fútbol. Alguien debería darse cuenta en Can Barça que hay un difícil partido ante el Villarreal mañana en El Madrigal, que el miércoles los azulgrana se juegan gran parte de su andadura en la Champions y que, en cuestión de días, hay dos fechas marcadas en rojo en el calendario de todos en las que el Madrid buscará resarcirse y vengar lo sucedido en el Camp Nou aquel 29 de noviembre. Y el mayor error que se podría cometer ahora es olvidar todo eso y seguir protagonizando capítulos como los de esta semana.

El riesgo que supone perder la cabeza en estos momentos es demasiado alto, y no creo que sea la mejor opción para un Barça que, consiguiendo lo que ha conseguido en los últimos años, también opta a todo esta temporada. Pero si empezamos con historias como estas, los objetivos pueden irse desvaneciendo por el camino. Basta una chispa para que todo arda en llamas. Y si no, echemos la vista atrás y comprobaremos que, en más de una ocasión, las realidades cambian a las primeras de cambio, siendo más vulnerables de lo que se podría pensar. Por eso hay que tener cuidado con cosas las sucedidas esta semana. No vaya a ser que después tengamos que arrepentirnos.

Ya se sabe que, a veces, los errores acaban sumiendo a uno en una espiral de la que no siempre es tan fácil huir. Y el Barça, si no quiere verse enfrascado en algo así, debe dejarse de tonterías, demostrar que la etiqueta de 'grande' no le queda pequeña y hacer lo que tiene que hacer, que es jugar al fútbol.

Si empezamos con tonterías, mal vamos.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Y con la primavera, ¡llegó el fútbol!

El final se acerca, silencioso y poco a poco, como la mayoría de los puntos finales que marcan la 'muerte' de cada historia. Los días pasan y el tiempo se agota. Irremediablemente. Sin frenos. La victoria es algo demasiado dulce como para dejarla escapar ahora. De nada habrá servido todo lo demás -el pasado, el esfuerzo desempeñado- si no se llega a alcanzar. Aferrarse y creer en ella es la única vía posible para soñar con volver a ser protagonista de otra página -y no son pocas las que se llevan escritas- del mundo del fútbol.

Real Madrid y Barça no escapan a esa realidad. Son conscientes de que, en estos momentos, cualquier error puede condenar a pagar un precio demasiado alto que ninguno de los dos está dispuesto a asumir. Saben que ambos luchan por un cielo en el que sólo hay lugar para uno, y que este mes de abril va a marcar el destino de cada uno de ellos en esta temporada.

Abril. "No hay primavera sin invierno", dicen. Y esta primavera sabe a fútbol. A fútbol del bueno. Diciendo 'adiós' a un marzo que casi resulta insignificante y pequeño al lado de este abril, todo está preparado para que empiece la función. Mestalla y el Bernabéu serán los escenarios sobre los que Barça y Madrid nos regalarán el que, posiblemente, sea uno de los mayores espectáculos que hoy en día pueden contemplarse alrededor del mundo sobre el césped de un campo de fútbol.

Es difícil poner con palabras todo lo que me provocan los Barça-Madrid y viceversa. Es tal el cúmulo de sensaciones que puedo llegar a sentir, que acaban encontrándose unas con otras. Es esa piel de gallina que decide visitarme a medida que se acerca el momento de que comience el partido. Los nervios contenidos, y los sentimientos contrariados. La incertidumbre del qué pasará. La ilusión de una victoria. El miedo a la derrota. La indiferencia de un empate con sabor agridulce.

Empiezo a pensar que vivo demasiado intensamente todo esto. O eso...o que realmente siento un terrible apego por el fútbol. Terrible no porque sea malo, si no porque, como todo los amores, al principio siempre dan un poco de miedo. Pero es que, realmente, lo que tenemos ante nosotros en los próximos treinta días asusta. Es más, supone una inyección de adrenalina difícilmente evitable -siempre que te guste ver a veintidós hombres corriendo detrás de un balón, claro está. Y los de Mourinho y los de Guardiola son unos perfectos entendidos de cómo regalar momentos inolvidables en la historia del fútbol.

Muchos interrogantes que buscan encontrar una respuesta los días 16 y 20 de abril. El partido en el Bernabéu y la final de la Copa del Rey esperan impacientes a dos de los mejores equipos del mundo, a sabiendas de que pase lo que pase, y sea cual sea el resultado, uno encarará la recta final con la victoria moral que supone ganar al máximo rival, dejando al otro con la miel en los labios. Todo puede suceder, y son muchos los factores que pueden determinar si la balanza cae hacia un lugar o hacia el otro. Obviamente, aún faltan muchos días para definir las claves de los dos partidos, pero si hay algo indiscutible, es que este abril que empieza a dar sus primeros pasos dentro de veinticuatro horas representa el anhelo de muchos que esperábamos algo así después de tanto tiempo. De la misma manera que una caricia puede borrar cualquier rastro del pasado. El regalo que puede no dejar indiferente a nadie. Y es que, casi sin darme cuenta, me estoy imaginando cada uno de los días que vienen por delante. Las carreras por las calles para encontrar una televisión o un bar en el que todavía quede un hueco. Las prisas, la inquietud y el nerviosismo de la redacción. Los mensajes pre y post-partido entre amigos y 'rivales' (aunque sea sólo por un día). Las copas que celebran alegrías, y las copas que consuelan a los que deberán cargar con el peso de la derrota y de la desilusión.

"Como, duermo y respiro fútbol" reconocía Thierry Henry hace unos años. Y ahora, con el calendario del mes de abril entre mis manos, empiezo a hacer mías esas palabras. Y es que no consigo quitarme de la cabeza esta primavera que no pone límites a los sueños de cualquier persona a la que le guste el fútbol.

Lo reconozco. Tengo unas ganas infinitas de abril. De fútbol. De Barça. De Madrid. De nervios previos al partido. De las horas perdidas de un lado para otro, sin pensar en nada más que en los noventa minutos. De gritos de alegría...y de rabia. De sobresaltos inesperados. De instantes repletos de emoción e incertidumbre. De corazones encogidos. De sonrisas cómplices. O de lágrimas amargas.

De lo que sea.

Abril. Camina sin detenerte...
...o hazme esperar un poco más.

No importa. Sé que no me defraudarás.

miércoles, 23 de marzo de 2011

La 'culpa' la tuvo el fútbol.

No hablaré de fútbol.
Lo que acabáis de leer, en realidad, es una verdad a medias. Ninguna de mis palabras irá dedicada a nada de lo que sucede sobre el césped. Tampoco a ninguna de las personas que suelen protagonizar el día a día del deporte rey. No, hoy no.
Hoy mis protagonistas son otros.
Los conocí hace seis meses. En octubre apenas sabía quienes eran unos y quienes eran otros. Sólo eran caras sin nombre, sin significado. Me cruzaba con ellos, ellos conmigo...y la historia moría ahí. Quizás con el paso del día, hubo algún que otro intercambio de sonrisas o de varios 'adiós'. Nada más.
Pero enero lo cambió todo. Aquellos desconocidos para mí hasta entonces empezaron a ser alguien. Recuerdo que en algún momento de mi vida -ahora intento olvidar en qué instante sucedió- alguien me dijo que no esperar encontrar amigos en el periodismo. Que esta profesión estaba muy lejos de guardar un rincón para una palabra tan importante y frágil como esa. Digo que intento olvidar aquel instante porque las personas de las que os hablo hoy han acabado por demostrarme que ese alguien mentía.
Vale, es verdad. No los conozco de toda la vida. Y tampoco es que haya compartido demasiados momentos con ellos fuera de la redacción (aunque las salidas nocturnas post-partido con plátanos y pepinos incluidos sigan muy presentes). Pero desde hace tres meses se encargan de llenar mis días de cariño. Cada uno de ellos tiene su forma especial de demostrármelo, y a veces no saben el bien que me hacen. Porque a veces ayudan a que los días malos dejen de serlo.
Y las personas -que todavía tenemos tanto que aprender- a veces nos olvidamos de agradecer lo que los demás, consciente o inconscientemente, hacen por nosotros. Olvidamos que, en ocasiones, deberíamos hablar mucho más de lo que callamos.
Olvidamos que, en cualquier sitio, y en los momentos más inesperados, siempre hay alguien que merece que les sea devuelto todo el cariño que regalan.
Alguien como ellos.
El fútbol no sólo fue el culpable de que sea periodista. También tuvo la 'culpa' de que tuviera la enorme suerte de cruzarme con personas a las que, a mí manera, quiero mucho. Supongo que lo saben, y sino, estoy yo para recordárselo.
Javi, Giraldo, Dídac, Jordi, Gerard, Xavi y demás.
Gracias.

sábado, 19 de marzo de 2011

Misma historia. Mismo guión. Mismo final.

Once años después, nada ha cambiado. "La vida sigue igual", como dice la canción. Una vez más, el Vicente Calderón fue testigo de otro tropiezo de 'su' Atlético ante el máximo rival, un Real Madrid que volvió a resolver un partido como sólo los blancos saben hacer. No importa que la afición 'enemiga' se aferre a palabras como "representáis a miles de corazones". Tampoco que el Calderón se llene hasta la bandera, siendo difícil encontrar un asiento vacío desde donde ver la que acaba siendo la misma historia de siempre. Y menos, que un 'Atleti, eres mi vida' construido con el cariño de miles de colchoneros ponga la piel de gallina al recibir a los de Quique Sánchez Flores. Qué más da que el 'Kun' Agüero se decida, demasiado tarde, a meter miedo a los de Mourinho en el minuto 86.

¿De verdad alguien creía que 'la fuerza rojiblanca' iba a ser capaz de frenar al Madrid? Quizás la respuesta es demasiado obvia...o no. Porque yo sí. Llegué a creer en ello firmemente el otro día mientras escribía un artículo para el diario sobre el derby madrileño. Aunque, quién sabe...quizás esa especie de fe ciega en el Atlético fue tan sólo producto del hecho de que a veces (muy importante remarcar el 'a veces') el equipo de El Manzanares consigue despertar en mí algo así como un cierto cariño que muchos quizás no entiendan y que, probablemente, no tenga el respaldo de ningún tipo de argumento. Sea como fuere, yo creía en una victoria del Atlético. Pero 'creía' es pasado, y como todo pasado también hay presente.

Y ahora, puedo asegurar que no creo en el 'otro' equipo de Madrid. No, no y no. Porque no puede ser que ante los de Mourinho los hombres del centro del campo del Atlético caminen sobre el césped como si fueran paseando por cualquier calle. Porque tampoco puede ser que la defensa se permita el lujo imperdonable de darle huecos a un rival tan sumamente peligroso como el Madrid, que en un abrir y cerrar de ojos puede perforar tu portería tantas veces como se le antoje. Porque tampoco puede ser que alguien cuyo nombre es Diego Forlán elija el día del derby para convertirse en prácticamente un fantasma sobre el terreno de juego. Como tampoco se puede llegar a perdonar tanto ante un rival de tal calibre como el conjunto blanco, pero que no es imabtible y al que no es imposible herir si impones buen fútbol.

Pero resulta que al Atlético, de vez en cuando, se le olvida qué es esto de jugar al fútbol y cómo se hace. Bien es cierto que el de hoy probablemente es uno de los derbys de los últimos años en los que más mereció, pero así no se le puede plantar cara al Real Madrid. Así, no.

Un Real Madrid que sigue a lo suyo. Que cuando firma sus peores minutos en un partido, ¡PAM! Gol. Y ya conocemos a los de Mourinho. Les cuesta arrancar, pero cuando arrancan...¡a ver quién es el que consigue echarles el freno! Porque los blancos nos han acostumbrado a eso: a hacernos creer que sufrirán, que tendrán que sudar lágrimas para ganar, a dar la sensación de que podría ser hoy el día del tropiezo...para después demostrar que los 'grandes' son grandes por algo. Y que la fuerza puede con la ilusión. Y que los NOMBRES pueden con los hombres.

Y eso que Cristiano Ronaldo estuvo desaparecido, que si llega a estar inspirado y sin sufrir todavía las consecuencias de su lesión...ahora podríamos estar hablando de un Vicente Calderón mucho más herido. Pero da igual que no esté el portugués. Para eso están Casillas...y Özil. El mejor portero del mundo volvió a estar providencial. Sus manos han sido la pieza clave en muchos partidos. Han dado muchos puntos. Y, sobre todo, han demostrado que Iker es, indudablemente,el mejor entre los suyos, y no sólo por sus valores futbolísticos, también por sus valores humanos. Pero lo dicho, Casillas fue la pesadilla del Atlético en el Vicente Calderón.

Capítulo a parte merece Mesut Özil. Un Özil que nos regala partido a partido lo mejor de sí, y lo mejor del fútbol. Un Özil que hasta el Mundial de Sudáfrica era prácticamente un desconocido y cuyo nombre ahora se escribe en letras de oro. Un Özil que, cuando juega, hace que muchos no podamos dejar de mirarle. Y que, a pesar de que en las grandes citas -como ante el Barça en el Camp Nou- tiende a hacerse pequeño, demuestra cada día que aún tiene mucho que ofrecer al mundo del fútbol, y que de sus botas pueden salir verdaderas obras de arte.

Y con jugadores como Casillas o Özil sobre el césped, el Real Madrid gana mucho. Y eso comporta a que no se le puede dar la mano, porque te arriesgas a que te coja el brazo entero. Así pasó. El Atlético lo intentó hasta el final, pero no pudo. De nada sirvieron los mensajes en el vestuario de los colchoneros. Ni los mosaicos del público de un Vicente Calderón que pretendía ser un infierno para los de Mourinho. Ni el aliento de la afición rojiblanca 'hasta morir'. Todo quedó en nada. Como nunca, como siempre.


Y sí. Misma historia. Mismo guión. Mismo final. Y es que como dice la misma canción de antes, "unos que ríen, otros lloran".

martes, 15 de marzo de 2011

Cuando las palabras no son suficientes... Abidal.


Seguramente nunca llegarás a ganar un Balón de Oro. Tampoco llenarás páginas y páginas de un diario. No escribirán sobre ti regalándote palabras como 'el mejor del mundo'. No serás Pelé, ni Di Stéfano, ni Platini. Tampoco Messi. Tu dorsal, ese '22' que te echará tanto de menos, no será mítico. Ni los niños crecerán queriendo ser como tú. Probablemente, no te aplaudirán en todos los estadios en que dejes tu huella. Quién sabe cuántos recordarán tu nombre el día en que digas decidas decir adiós al fútbol. Quizás nadie sepa ni tan siquiera donde naciste. Ni cuando. No se venderán millones de camisetas tuyas alrededor del mundo. Ni las chicas colgarán posters con tu foto en sus habitaciones sólo porque eres guapo. Pocos se pintarán tu nombre en sus caras o se pelearán por hacerse una foto contigo. Vete a saber cuántas personas al escuchar la palabra 'Abidal' habrán pensado en cualquier cosa menos en ti. Seguro que, para muchos, seguirás siendo un mero desconocido.

Pero nadie, absolutamente NADIE podrá discutir que eres uno de los GRANDES. De esos jugadores que demuestran que la palabra 'CRACK' no está sólo ligada a lo que uno hace sobre un terreno de juego. Porque para ser 'crack' es condición indispensable ser antes PERSONA. Y tú lo has demostrado muchas veces.

Ahora la pelota está en tu tejado. Te toca marcar el gol de tu vida. Conseguir la victoria en el que, quizás, sea el partido más difícil de tu vida. Nada podrá contigo, tú podrás con todo.

Triste día el de hoy. ¡Parece tan irreal todo lo que está sucediendo...! Tan increíble, tan inconcebible.

Tan pesadilla.


Estamos todos contigo. Sólo tienes que cerrar los ojos e imaginarte el Camp Nou en los días de los grandes partidos. Miles de personas a tu lado. Corean tu nombre. Te aplauden. Esto es lo mismo, sólo que esta vez te gritaremos todos en silencio. Y aunque no nos escuches, muchos somos ya los que te estamos esperando de nuevo.

Porque volverás. Seguro.
Tienes que volver.


domingo, 13 de marzo de 2011

Cesc Fàbregas. 'Ni contigo, ni sin ti'

Barça y Arsenal comparten algo más que su manera de entener el fútbol: el corazón de Cesc Fàbregas.

Un Cesc Fàbregas que con tan sólo 16 años tuvo que enfrentarse a una de las circunstancias que, probablemente, más marcarían su camino en el mundo del deporte rey. En un lado de la balanza, quedarse en Barcelona. Su sueño, su equipo de toda la vida, sus compañeros, su familia. En el otro, marcharse a Londres. Su particular 'tierra de las oportunidades'. ¿Cuántas vueltas debió darle a aquella decisión un chico que sólo soñaba con hacer lo que más le gustaba, que era jugar al fútbol? ¿Qué debió pasar por su cabeza aquel septiembre de 2003? Sólo él lo sabe, y también sólo él podría determinar qué precio ha tenido que pagar por haber elegido decir adiós al Barça. Nunca llegaremos a saber con total convicción qué supuso para él aquel cambio, ni podremos ser capaces de valorar suficientemente a qué tuvo que renunciar o todo lo que se perdió por elegir al Arsenal. Por estas razones, y también por muchas otras, son por las que me decido a decir que el fútbol, y todos los que nos deleitamos con él, ha sido muy injusto a veces con Cesc Fàbregas.

Lo comprobé el pasado 8 de marzo. Partido de vuelta de octavos de final de Champions entre Barça y Arsenal. Cesc volvía al campo en el que, paradíjicamente, nunca llegó a jugar vistiendo la camiseta azulgrana y que, sin embargo, siempre consideró su casa. Llegaba tocado. Una lesión había estado a punto de dejarlo sin el que, sin duda, era uno de los partidos más especiales para él. Uno no vuelve todos los días a su casa después de muchos años de ausencia y de amores declarados pero escondidos; no gritados, sin embargo, para no hacer daño al equipo (y a la afición, la 'gunner') que lo abrazaron después de que Cesc tuviera que protagonizar la que, probablemente, haya sido una de las despedidas más difíciles de su vida. Hizo todo lo posible por llegar a ese partido. Por el Arsenal, por su compromiso como capitán de los 'gunner', por el técnico que se lo enseñó todo y que le llevó, de la mano, a convertirse en lo que es en estos momentos. Porque aunque a muchos les pese, aunque muchos no quieran reconocerlo, aunque muchos quieran poner una venda delante de sus ojos para no verlo, aunque otros no encuentren motivos suficiente para llegar a afirmarlo... Cesc Fàbregas es grande. Muy grande. Por muchas razones, pero, sobre todo, porque fue capaz de renunciar a todo lo que quería por perseguir un sueño. Dejar atrás todo lo que te hace sonreír no es fácil, pero él lo hizo. Y lo hizo para alcanzar algo mucho más inaccesible que una sonrisa: la felicidad. Ser feliz en el fútbol.

El caso es que el 8 de marzo Cesc Fàbregas abandonó el Camp Nou acompañado de una sonora pitada que le brindó la afición azulgrana. Una afición que, sin duda, estaba en todo su derecho de hablar, pero que, según mi parecer, fue muy injusta con el jugador del Arsenal. Con motivos o no, las personas que estaban aquella noche siendo testigos de cómo el Barça encarrilaba su pase a cuartos, debieron ser conscientes de quién es Cesc. Un chico que abandonó Barcelona en busca de una oportunidad en el fútbol que el Arsenal le regaló. Y hay regalos que significan tanto que, incluso, son difíciles de devolver. Y hasta ahora, Fàbregas ha considerado que la manera más idónea de devolver a los 'gunners' y a Wenger todo lo que hicieron por él ha sido quedándose en el Arsenal, llegando a convertirse en el eje central de un equipo que sin él, perdería a las piezas indispensables del puzzle.

¿Tan difícil es entender la situación de Cesc? De verdad, ¿es tan complicado?

Ahora el camino fácil es pitarle, claro. Lo pitamos, y si algún día vuelve a Barcelona, le aplaudiremos como nunca y le haremos altares si hace falta. Pero mientras, le abucheamos, le silbamos y pataleamos. No hay nada como llorar por algo que no tienes. Y digo yo... ¿Qué tal si somos algo coherentes y justos? ¿Tanto duele que todavía no haya vuelto? ¿Por qué tanta rabia contenida¿ ¿Por qué tanto rencor?

Ni yo ni nadie sabe si volverá o si se quedará. Pero, pase lo que pase, no nos podemos dejar llevar por la impaciencia. Tampoco por el desasosiego. Lo que sea, será. Pero lo que es inadmisible (por lo menos, injusto) es que alguien como Cesc Fàbregas sea despedido del Camp Nou como lo fue en el partido frente al Arsenal. Porque alguien que sigue en el equipo de Arsène Wenger aún sin ganar títulos y que no acaba de firmar su regreso al club que le vio nacer, debe tener motivos de suficiente peso para hacer lo que hace.

En mí aún cabe la esperanza de ver a Cesc vestido de azulgrana. De hecho, creo que acabará por volver. Pero tiempo al tiempo. Si hace ocho años la despedida del Barça fue difícil, no menos lo será para él la del Arsenal. Hay que tener muy presente que allí fue donde creció y donde se hizo un nombre en el mundo del fútbol. No es fácil. Seguro que no es fácil.

Y los demás no sabemos apreciarlo.
Y hay cosas que, aunque se escapen a nuestros sentidos y a nuestras convicciones, no se pueden quedar olvidadas en cualquier rincón.

La del Barça con Cesc Fàbregas es la perfecta historia del 'ni contigo ni sin ti'. Y por ahora, la afición azulgrana sólo puede esperar a que llegue el momento en que dicha historia acabe por encontrar su punto y final. Pero, por favor, no seamos injustos.

martes, 8 de marzo de 2011

Sólo uno podrá seguir soñando

Barça y Arsenal vuelven a enfundarse el papel de protagonistas indiscutibles en una de esas noches mágicas que nos regala cada año la Champions. El objetivo de unos y otros, hacerse con el billete que conduce a cuartos. Pero en el horizonte de ambos aguarda una ilusión mucho más profunda que la de pasar a la siguiente fase. Una ilusión que se traduce en un nombre, Wembley, y en una fecha, 28 de mayo de 2011. Pero tanto los de Guardiola como los de Wenger son conscientes de que hasta entonces, aún queda mucho camino por recorrer y, que el primer paso para llegar a la final anhelada, se decide esta noche en el Camp Nou.


Los gunners vuelven a Barcelona con el amargo recuerdo del día en que Messi decidió que ya era hora de dejar claro que estaba dispuesto a comerse el cielo si hacía falta para demostrar que el fútbol es su vida, y que su felicidad pasa por ello. Arsène Wenger, sus jugadores y todos los aficionados del Arsenal probablemente hayan querido olvidar aquel 6 de abril de 2010 sin conseguirlo. Probablemente hayan querido borrar la sonrisa impermeable del argentino en aquella noche en la que dejó de conformarse con los hat-trick y pasó a marcar cuatro goles que hicieron que el Barça se colara en una semifinal de Champions por la puerta grande. Sí, quizás aquella derrota todavía duele. Pero la de esta noche, es una historia distinta. Y el final no tiene por qué ser el de entonces.

Porque hoy, es el Barça el que tiene que demostrar que es tan grande que incluso puede cambiar el desenlace de los capítulos más difíciles. Que nada es imposible, y que nada está escrito hasta que aparece un punto y final. Demostrar que el 2-1 del Emirates sólo fue un accidente provocado por un huracán llamado Arsenal. Demostrar que lo sucedido en Londres puede ser sólo una anécdota que explicar en una historia en la que nada está decidido aún.

Pero saben que los noventa minutos que les separan de los cuartos de final no van a ser fáciles. Sobre todo, porque enfrente tienen a un equipo que, a pesar de fallar en las grandes ocasiones, es grande. Muy grande. Y que, por qué no, puede convertirse en su verdugo. Más aún cuando el Barça es la espina más jodida del Arsenal. Lo fue en la final de París en 2006. También el año pasado en cuartos. Ahí reside el principal peligro al que se enfrentan los de Guardiola: las ganas de venganza de los gunners. ¿Por qué no devolverles la jugada? ¿Por qué tendrían que ceder y allanar el camino del Barça hacia Wembley? ¿Por qué tener piedad y perdonarlos?

Esto es fútbol, señores. Aquí no hay concesiones ni favores. Hacerlo, sería la perfecta condena a perderlo todo. Por ello, los de Wenger han querido dejar claro que no vienen a Barcelona a pasear. Vienen a plantarle cara al mejor equipo del mundo (al menos, al que mejor juega al fútbol). A luchar hasta el final. Y que, si como años anteriores, deben morir en el intento, al menos que no se diga que lo dieron todo por evitarlo. Además, llegan con un as bajo la manda. ¿Su nombre? Robin Van Persie. Parecía que el holandés iba a perderse la fiesta del Camp Nou, pero no. Ha llegado a tiempo. Una amenaza más para un Barça que, a estas horas, está fuera de la Champions. Y que sin Piqué y Puyol en el centro de la zaga, deberá ser capaz de frenar a su rival para evitar sorpresas desagradables.


Pero el de esta noche también es el reencuentro de un viejo conocido con el equipo de su vida. Cesc Fàbregas vuelve al Camp Nou siendo capitán del rival, del conjunto que siendo un niño lo abrazó y le brindó la oportunidad de jugar al fútbol. Siendo capitán del equipo que le ha llevado a ser lo que es ahora. Entre la espada y la pared. Héroe o villano. Sí... difícil papel el que tiene Cesc esta noche.

Nadie puede saber qué pasará esta noche. Pero, a día de hoy, un Barça-Arsenal sólo puede ser sinónimo de fútbol. Fútbol con mayúsculas. Dos de los mejores equipos de Europa enfrentados en un pulso en el que sólo uno ganará. Saben que si logran superar esta piedra en el camino hacia la final, Wembley estará más cerca. Ninguno de los dos quiere morir todavía. Ambos quieren mantenerse en la lucha.

Pero sólo uno seguirá vivo. El otro, deberá decir adiós a la Champions consciente de que habrá caído ante un gran rival. Y es que, pase lo que pase, lo que sí es seguro es que nos espera una noche inolvidable, irrepetible y única. En la que la magia y el fútbol volverán a darse la mano. En la que no puede haber un perdedor si tenemos en cuenta que Barça y Arsenal son los que se enfrentan.

Sin embargo, en cuartos sólo hay lugar para uno.
Y el nombre del que podrá seguir soñando con Wembley se esconde en un escenario inigualable, y que el año pasado ya fue testigo privilegiado de una verdadera lección de fútbol. Si se repetirá la historia o cambiará el final sólo se podrá saber en el momento en que Massimo Busacca dé por terminado el partido. Hasta entonces, el sueño de Wembley sigue intacto para Barça y Arsenal.

Barça y Arsenal...
Inevitable pensar que el que caiga eliminado esta noche dejará 'huérfanos' a todos los que vivimos, disfrutamos y respiramos fútbol.




20.45 h. Camp Nou. Barça - Arsenal.
Bienvenidos al mundo del fútbol.
http://www.youtube.com/watch?v=YsOotRgIFwE&feature=related

jueves, 3 de marzo de 2011

Con corazón, desde Gijón

Recuerdo aquel 15 de junio de 2008 como si fuera ayer.
El aburrimiento se había apoderado de mí, y la desesperación de no saber qué hacer me llevó a tumbarme en el sofá y encender ese aparato que suele salvar nuestras horas muertas. Sin saber muy bien cómo, acabé como siempre: viendo un partido de fútbol.

Fútbol, fútbol y fútbol. Ahora más que nunca me doy cuenta de que he crecido respirando fútbol por todos lados, y que gran parte de mis recuerdos, se basan en él. Perfecto. No hay nada que pueda gustarme más. A veces, se convierte en mi escapatoria...

Pero regresemos a aquella tarde de junio. En la pantalla, Sporting de Gijón-Eibar. Para cualquiera, hubiera sido un partido de Segunda más. Pero para mí, no. Para mí era volver a encontrarme con uno de esos equipos que, pese a no ocupar la primera plaza en tu lista de preferencias, siempre tiene un rincón de ti guardado especialmente para él. No fue un partido cualquiera para mí, porque supuso verlo después de mucho tiempo. Tanto, como nueve años. Y es que fue tal la rabia con la que digerí que el Sporting bajara a Segunda en 1999, que me hizo no querer volver a verlo más. Pero aquella tarde de junio, allí estábamos los dos. Bueno, los dos...y las miles de personas que se habían acercado a El Molinón aquel 15 de junio. Personas que aquel día fueron al templo rojiblanco con la esperanza de que su equipo volviera por la puerta grande a la categoría de oro del fútbol español. Querían dejar atrás cuanto antes una década sombría y volver al lugar que el Sporting de Gijón jamás debería abandonar.

Al frente del barco, Manolo Preciado. Preciado, sí. Ese señor que casi se ha convertido en un símbolo más de su equipo. Ese señor que, además de plantar cara a alguien como Mourinho, ha sabido devolver al Sporting el status que siempre mereció. Ese señor que incluso en los peores momentos, esos en los que el abismo y las caídas libres han amenazado demasiado peligrosamente a los de Gijón, ha sabido mantenerse fiel a su equipo, a sus jugadores, a su afición.

Y es que no hay cuerda floja que haya podido con el Sporting. Un Sporting que, acompañado siempre por una afición incondicional -para mí, y quizás sólo comparable con la del Liverpool y su "You'll never walk alone",la mejor del mundo-, está dónde está por méritos propios. Porque lo fácil es ganar y entrar en ese grupo tan y tan limitado de los llamados 'grandes', pero el Sporting ha conseguido, precisamente, lo más difícil: ser grande siendo pequeño.

Porque que a los de Gijón se les pueden reclamar cosas. Muchas, quizás. Pero lo que es indudable es el que el Sporting es de esos equipos que no cesan en su empeño por salir al escenario más bonito del mundo del fútbol, el césped de cualquier estadio, orgullosos de su historia, de su escudo y de su afición. De esos equipos en los que la palabra 'lucha' se convierte, casi matemáticamente, en su única bandera.



Y yo, aquel 15 de junio de 2008, reconozco que lloré. Lo recuerdo bien. 2-0 en el marcador final. Pero eso fue lo de menos. Y es que mis ojos sólo podían estar pendientes de la avalancha rojiblanca que asaltó el césped de El Molinón. Centenares de banderas, camisetas y bufandas se mezclaron con las sonrisas y las lágrimas -felices, claro está- de todas aquellas personas que habían creído en su equipo y que aquella tarde se convirtieron en testigos del regreso de su equipo a Primera.

Sí, aquel 15 de junio de 2008 el Sporting volvió.
Sí, aquella tarde, el Sporting tomó el camino de vuelta a su lugar. El que siempre mereció.

Y el que espero que el año que viene siga guardando un hueco a uno de los verdaderos 'grandes' del fútbol español.






Con corazón, desde Gijón.

sábado, 19 de febrero de 2011

Historia de un amor correspondido

Cuando Thierry Henry abandonó las calles de Les Ulis para dedicarse al fútbol, jamás imaginó que su sueño pudiera llevarlo a lo más alto

Nadie en el suburbio parisino de Les Ulis podría haber sospechado que el niño que acababa de nacer aquel 17 de agosto de 1977 llegaría a convertirse en uno de los cien mejores jugadores de la historia del fútbol. Nadie, salvo, quizás, su padre Antoine, que fue quién inculcó a Henry su amor por el fútbol, y quién más le exigió. Cuando tenía nueve años, Thierry siempre le preguntaba después de los partidos cómo lo había visto, y pocas veces recibió elogios de su padre. “Has marcado, pero has fallado en muchas cosas”, le decía una y otra vez Antoine. Aquellas palabras marcaron su carácter, y todavía hoy provocan que al terminar un partido, Henry se reproche sus propios errores. Aunque haya firmado el mejor encuentro de su vida. Eso no importa. ‘Tití’ tiene por costumbre repetirse a sí mismo aquello de “podrías haberlo hecho mucho mejor”.

Perfeccionista e inconformista desde pequeño, Henry aprendió a no sonreír sobre un terreno de juego, y es que su necesidad por mantener la seriedad y la concentración durante los partidos es indiscutible. Por eso, no sonríe cuando marca un gol, pero él mismo reconoce que en el campo da una imagen muy diferente de quién es en realidad. Él no se siente especial, sólo uno más, con los mismos problemas que cualquier persona sin la etiqueta de crack. Solidario – tiene su propia fundación, ‘The One 4 All Foundation” y divertido, su hija Téa es, junto al fútbol, su gran amor.

Las calles de Les Ulis, un lugar demasiado alejado del paraíso, fueron testigos de sus primeras patadas a un balón. En un ambiente humilde y rodeado de pobreza, ‘Tití’ empezó a mostrar las cualidades que un día le llevarían a los más alto del mundo del fútbol: elegancia, velocidad y eficacia. Fueron muchos quienes vieron desde el principio que aquel niño de Les Ulis era una verdadera promesa del fútbol. El empeño de su padre y su esfuerzo tuvieron su recompensa y en 1994 el Mónaco, y sobre todo, Arsène Wenger, se cruzaron en el camino de Henry. La estancia en el equipo de la Costa Azul supuso el comienzo de su carrera. Su encuentro con Wenger, el prólogo de un vínculo irrompible. Tras el Mónaco, vino la Juventus, una época que el francés hubiera querido borrar de su vida sino fuera porque 1998 fue el punto de inflexión en la carrera futbolística de Thierry Henry. Su sueño de formar parte de la Selección Francesa se había cumplido un año antes, pero aquel año ‘les bleus’ se coronaron campeones del mundo. A partir de entonces, llegaría la época dorada del francés. Tras su mala experiencia en Italia, Henry aterrizó en el Arsenal. Allí se reencontraría con Wenger, al que siempre consideró su padre futbolístico.

Si Marco van Basten fue desde pequeño el espejo en el que mirarse, Highbury siempre fue su hogar. Se convirtió en mito de los ‘gunners’, por encima incluso del gran Ian Wright. Allá forjó la leyenda de su dorsal, el ‘14’ que no abandonaría nunca más. Fueron sus mejores años: lo ganó casi todo, se convirtió en el ‘killer’ al que todos los rivales temían enfrentarse, y aún tuvo tiempo para alzarse con la Bota de Oro en 2004 y 2005. Pero una obsesión cambiaría su destino. Por ella, acabaría abandonando el club al que tanto quería. Por ella, incluso, fue capaz de separarse de Wenger. Sólo la Champions se le resistía y en París, en aquella final de 2006 contra el Barça, la acarició. Pero se le escapó, y su compromiso con el Arsenal hizo que se quedara un año más. Sin embargo, Henry era consciente de que su etapa como ‘gunner’ había llegado a su fin. No fue fácil reconocer que el adiós estaba cerca. Él mismo declaró al fichar por el Barça, que su salida del Arsenal había sido “la decisión más difícil” de su vida. Aquella despedida marcó un antes y un después. Quizás fue la tristeza, quizás fueron los años, pero el delantero francés jamás volvió a ser el Thierry Henry del Arsenal que había enamorado al mundo con su fútbol. Ni en el Barça ni en los NY Redbull. Siendo tan sólo una sombra de lo que fue, acabó por pasar de héroe a villano por aquella famosa mano que clasificó a Francia para el Mundial de Sudáfrica en el partido frente a Irlanda. Fue entonces cuando el mundo pareció olvidarse de aquel que había sido capaz de superar a Michel Platini como máximo goleador de la historia de Francia, aquel que había sido, probablemente, uno de los mejores delanteros de la década.

Capítulos grises a parte, la historia entre Thierry Henry y el fútbol no es más que la historia de un amor correspondido. “Como, duermo y respiro fútbol”, llegó a reconocer. 647 partidos disputados y 303 goles marcados son las cifras que lo demuestran. La relación entre monsieur Henry y el fútbol es la consecución de imágenes de instantes inolvidables y de momentos tristes. La historia de aquel niño de Les Ulis que, tras un camino que no siempre fue fácil, pasó de la nada a ocupar un lugar entre las leyendas del fútbol.


viernes, 18 de febrero de 2011

Amores que matan

Apenas tenía 3 años cuando un día me acerqué a mi padre y le dije: "Papá, quiero ser periodista. Quiero escribir en un diario como los que trae el abuelo a casa cada día." Papá debió quedarse con la boca abierta. Su niña, tan pequeñita, y diciéndole aquello.

Reconozco que suena extraño. Las niñas, cuando se les pregunta qué quieren ser de mayores, no dicen nada de eso. Normalmente, "quiero ser princesa" o "quiero ser profesora" son la respuesta. Pero no. Yo nunca quise ser princesa, ni profesora. Yo siempre tuve muy claro lo que quería. Ya entonces, todavía ahora. Con el paso del tiempo, papá me contó que aquella frase se la solté pocos meses después de que el Barça de Cruyff ganara su primera Copa de Europa. Wembley, 1992.

Curioso, muy curioso.Curioso porque ahora, con 21 recién cumplidos, he cumplido uno de mis sueños: ser periodista. Sí, escribo en un diario. Tal y como quería cuando era una enana. Curioso porque 19 años después, Wembley vuelve a ser el escenario que acogerá la final de este año de la Champions League. Curioso, porque no solo he logrado ser periodista y trabajar en eso que tanto me gusta...sino porque he conseguido unir dos de mis grandes 'amores': escribir, y el fútbol.

De lo primero, soy la única culpable. Siempre se me han dado bien las palabras. En casa no dejan de decirme que yo era de las que no se aburría nunca, porque pasara lo que pasara, siempre había un lápiz y una hoja a mi lado. Podía pasarme tardes enteras llenando una página en blanco con mil letras. Da igual que significado tuvieran o como se unieran. Palabras, palabras...y más palabras. Pasado el tiempo, aún hoy la gente que me rodea reconoce que escribir es uno de mis puntos fuertes. Yo no lo sé. No sé si escribo bien o mal. Sólo que lo hago porque es la única manera que en mí funciona para decir todas las cosas que quiero decir a quién quiero que las 'escuche'. Porque eso es precisamente lo que busco cuando escribo: no que alguien me lea, sino que me escuche. En realidad, todo lo que plasmo sobre un papel o en una pantalla no es nada más que lo que me gustaría estar contándole a alguien. Escribo porque me gusta que alguien se lleve una parte de mí, no importa si pequeña o grande, importante o no. Qué más da. Para mí, las palabras son algo indispensable. ¿Qué haría sin ellas?

En cambio, de mi amor por el fútbol sí hay culpables. Culpables con nombres y, en ocasiones, con apellidos. Barça, Arsenal, Alfredo di Stéfano, Thierry Henry, Leo Messi, Marco van Basten, Paolo Maldini, Zinedine Zidane, Frank Lampard, Andrés Iniesta, y otro largo etcétera de equipos y futbolistas que me han marcado por unas razones u otras. Filosofías y maneras de entender el fútbol que han hecho que este deporte, tan vulgar e inútil para algunos, y tan grande para otros, me robe la gran mayor parte de mi tiempo.

Recuerdo cómo mis amigas en el colegio se rían de mí porque les decía que me gustaba el fútbol. "Uala, ¿cómo te puede gustar eso? Mira que eres rara", repetían una y otra vez. No les hice caso entonces, y tampoco se lo haría ahora. Sí, estoy enamorada del fútbol. Sí, lo reconozco. No puedo vivir sin él. Lo echo de menos cuando no lo tengo cerca, y me mata no saber de él. ¿Y qué? Me gusta, y punto. Puedo decirlo más alto, pero no más claro. Y sí, estoy dispuesta a seguir 'perdiendo' mi tiempo viendo cómo once hombres luchan contra otros once por meter un dichoso balón entre tres palos envueltos en una red.

Por eso ahora, por eso hoy, inauguro esto. Para que mis dos 'amores' se abracen. Para demostrar que el fútbol también se puede ver a través de las palabras.

Quizás es verdad eso de que hay...amores que matan.