'El fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes'


miércoles, 22 de junio de 2011

Volverán. De la magia del 'Súper Depor' a las lágrimas por el descenso.

[Estas palabras son el producto de uno de esos momentos en que empiezas a revisar el infinito número de recuerdos que es capaz de guardar nuestra cabeza. Momentos que, por una razón u otra, han significado algo en tu vida. O simplemente, porque son especiales. ¿El protagonista? El Deportivo de la Coruña. ¿El por qué? Porque Galicia es una parte importante de mí y también lo es el fútbol. Y porque a veces, cuando se atraviesan épocas tristes o difíciles, como en el caso del equipo gallego, es bueno volver al pasado y comprobar que los momentos felices existen y que pueden volver. Por todo ello, estas palabras. Mi particular regalo para dos personas a las que quiero. Para ti, Marc. Pero sobre todo para ti, abuelo]

Hay instantes que no se olvidan nunca. Imágenes y sonidos imborrables, de aquellos que el tiempo no puede alterar por muchos años que pasen. Y el fútbol, a veces, en una de esas noches mágicas que quedan grabadas para siempre, también nos ha dejado momentos como esos. Eternos.

Siete de abril de 2004. Para muchos, ese día puede no tener significado alguno; otros, en cambio, jamás se cansarán de recordarlo. Y es que aquel día, Riazor se convirtió en el centro del mundo del fútbol, con Deportivo y Milan como actores protagonistas de uno de los capítulos más recordados de la historia más reciente de la Liga de Campeones. El guión, un partido de vuelta de los cuartos de final de la máxima competición europea, había empezado mal para los gallegos en la ida, disputada en San Siro. En Italia, los de Javier Irureta habían sucumbido ante los de Ancelotti, recibiendo una dolorosa derrota (4-1) que dejó más que heridos a los blanquiazules, que apenas guardaron un rincón para la esperanza. Parecía que los rossoneri llegaban a A Coruña a dar un simple paseo…

Pero “parecía” no significa que fuera así. Y la magia del fútbol volvió a jugar con el destino. Aquel miércoles, los dioses quisieron ponerse del lado de los deportivistas, como si la Torre de Hércules que custodia la ciudad gallega hubiera dejado salir todos sus fantasmas escondidos y estos hubieran decidido deambular por el estadio de Riazor en una noche que se antojaba un mero trámite previo a la triste despedida de la Champions de un Deportivo que había conseguido colarse entre los mejores de Europa. Y ya se sabe que las cosas no siempre salen como uno espera que salgan.

Todo parecía imposible, pero Pandiani, Valerón, Luque y Fran decidieron que aquella noche tuviera un final feliz y acabaron convirtiéndose en los verdugos del Milan de los Pirlo, Kaká y compañía. El todopoderoso conjunto italiano caía eliminado de la Liga de Campeones a manos de un equipo que antes de que el árbitro señalara el inicio de los noventa minutos estaba prácticamente muerto. “Un partido perfecto y una noche gloriosa”, repetía una y otra vez Irureta al término del partido. ¡Cómo olvidar aquel once! Molina, Manuel Pablo, Andrade, Naybet, Romero, Sergio, Mauro Silva, Víctor, Valerón, Luque y Pandiani. Once héroes que pasaron a la historia y que dibujaron los sueños de todos los seguidores blanquiazules.



Recuerdo estar en mi habitación sin poder quitar los ojos de la pantalla de la televisión y con la radio puesta, como si no quisiera perderme aquel momento. Como si aquel día hubiera olvidado mis colores y fuera una seguidora del Deportivo más. Estaba nerviosa como pocas veces lo he estado, y grité como nunca antes. Y salté, y me emocioné, y se me puso la piel de gallina… Y sí, también lloré. Cuando el árbitro del partido, el suizo Urs Meier, decidió que aquel capítulo había acabado, no pude evitarlo. Y lo hice porque en mi cabeza aparecía la cara de alguien a quien quería mucho, y a quien tenía muy lejos –nada más y nada menos que a mil kilómetros- y que seguramente también estaría llorando: mi abuelo.

Aquella noche, Riazor se convirtió en el cielo, y el Deportivo lo rozó. Acababa de conseguir el billete para la semifinal de la Champions, y el Oporto esperaba al equipo que había dejado fuera de combate al mítico Milan en el. Miles de deportivistas se permitieron aquel día el derecho a soñar, y es que ser uno de los protagonistas de la final de Viena habría sido el premio más preciado tras una década firmada con letras de oro.

Pero el Oporto de un por aquel entonces casi desconocido Xose Mourinho se cruzó en camino y acabó con el sueño del Deportivo. Los portugueses acabarían haciéndose con el título tras vencer al Mónaco en la final, pero aquella Champions se tiñó de blanquiazul. Aquí o allá, nadie hablaba de otra cosa que no fuera la victoria del Depor ante el Milan. Y, seguramente, pocas personas pudieron evitar sentirse un poco blanquiazules por aquel entonces. Los herederos del ‘Super Depor’ habían vuelto a escribir una nueva página casi irrepetible en la historia del equipo coruñés.

***
Augusto César Lendoiro sigue siendo el presidente del Deportivo de la Coruña veintitrés años después. Llegó a la presidencia en 1988, y la etiqueta de “equipo ascensor” –derivada de sus constantes ascensos y descensos, de su insistente vaivén entre Primera y Segunda- que perseguía a los gallegos en décadas anteriores acabó perdiendo todo su sentido. Sobre todo cuando en 1992 se instaló en la categoría de oro del fútbol español dispuesto a quedarse mucho tiempo. Y, la verdad, no salió tan mal, porque en esta ocasión, la aventura duró veinte años. Pero para contar el desenlace, ya habrá tiempo.

El caso es que aquel 1992 marcó un antes y un después. Y todo, resumido en dos palabras: “Súper Depor”. O mejor… ¿por qué no recordar a Bebeto, Mauro Silva, Fran, Donato, Nando, Claudio y demás? ¡Qué gran orquestra, y qué gran sinfonía la que crearon bajo la batuta de Arsenio, el inolvidable “Brujo de Arteixo”! Enamoraban a propios y a extraños, y el corazón de aquel equipo se guardaba en una pequeña ciudad a orillas del Atlántico. De hecho, si no fuera porque Djukic falló aquel penalty ante el Valencia en la última jornada…sí, en 1993 la Liga se le escapó de las manos a un Deportivo que empezaba a sentirse cómodo en Primera. Casualidades del destino, el Valencia volvería a cruzar en el camino de los coruñeses años después, aunque aquel final sería mucho más triste. Y es que aunque las lágrimas fueran las mismas, las últimas dejaron una herida mucho más profunda.

Pero no queramos ir deprisa. Las cosas bonitas, las que merecen la pena, hay que saborearlas.

Aquel ‘Súper Depor’ fue la cuna de lo que vendría después. Ahora sería Jabo Irureta quién dirigiría al equipo, que había conseguido colocar su nombre al lado del de los más grandes. Llegaron Rivaldo, Djalminha, Luizao. Y Valerón, y Makaay, y Tristán. Y esta vez, el fútbol que había enamorado en España traspasó fronteras y cambió de escenario. Un mayor escaparate, más ambicioso. Mejor.

Europa. Pero antes de llegar a las noches mágicas europeas, los gallegos ganaron su única Liga (2000) y su segunda Copa del Rey –la primera se logró en la temporada 1994/1995-, recordada con el nombre de “El Centenariazo”, ya que el Depor arrebató el título al Real Madrid en la temporada en la que los blancos cantaban su ‘cumpleaños feliz’ número cien. Y los de Irureta se encargaron de que lo de feliz se quedara como una simple palabra de una canción. Porque aquella noche en el Bernabéu la única melodía que sonó fue “La Rianxeira”, silenciando a todos los madridistas que soñaban con su gran fiesta.

En Europa, y cuando el siglo XXI daba sus primeros pasos, Manchester United, Arsenal, Juventud, PSV Eindhoven, PSG o Bayern de Munich sufrieron en su propia piel el poder del fútbol que desplegaba entonces el Deportivo. Hasta que llegó LA noche en mayúsculas, en la que Riazor fue testigo de la caída de un Campeón de Europa como el Milan a manos de un equipo que soñó con ver el mundo desde lo alto. Y aunque no pudo ser, aquello siempre quedará.

Aquella misma temporada, la dolorosa derrota ante el Mónaco (8-3) había hecho encender todas las alarmas, pero lo sucedido ante el Milan borró cualquier rastro de preocupación. Sin embargo, en septiembre de 2004 los deportivistas volverían a caer en el Louis II ante los franceses, y aquel partido sí supuso el principio del fin. No fue una caída al abismo rápida e inmediata, pero el castillo que durante años se había ido construyendo, empezó a desplomarse. Poco a poco, como si quisiera ir avisando de que el peligro estaba cerca. La marcha de las estrellas del equipo y el adiós de dos ‘monstruos’ como Mauro Silva o Fran no eran más que la crónica de una muerte que tiempo después podría ser definida como anunciada. Y sin embargo, hasta este año, el Deportivo, más sombra que nunca del ‘Súper Depor’ y del ‘Euro Depor’ que habían conquistado el fútbol, sobrevivió. A trompicones y viéndose obligado a esquivar muchos obstáculos que le pusieron entre las cuerdas en más de una ocasión. Su juego se tornó triste y apático. Lento. Como si alguien hubiera trazado todo ello en blanco y negro. Como si la melodía que antes había acompañado al equipo en sus años más brillantes se hubiera convertido en un réquiem.

***

Las lágrimas de Juan Carlos Valerón en Riazor en la última jornada de la temporada que acaba de cerrarse lo dicen todo. Veinte años después, el Deportivo escribía su adiós a Primera al ser incapaz de ganar a un Valencia que una vez más se convirtió en su verdugo. Pero, de nuevo, fue el equipo blanquiazul el que se equivocó. Dejó de luchar antes de tiempo, y esa fue su mayor condena. Nada pudo hacer ya cuando se dio cuenta de que la soga de Segunda le rodeaba el cuello sin que esta pudiera aflojarse. La tristeza volvió a inundar las calles de A Coruña, y el corazón de miles de deportivistas se encogió.




Y así fue cómo el Deportivo más grande cayó, despidiéndose de su etapa más bonita. La más brillante. La más recordada. La que nadie puede cambiar ya. Pero se despidió con la promesa de que volverían.

Porque aunque el pasado es irrepetible, siempre hay un lugar para la esperanza.