‘Matémosle’ sin darle antes opción a
poder levantar la cabeza tras un fracaso. Culpémosle de las derrotas. Dejémosle
sin nuestro perdón cuando falle un penalty o cuando sus pies manden el balón al
palo. Riámonos de sus lágrimas tras una mala noche o después de que el rival le
deje a las puertas de un sueño.
Hagamos que sus 243 goles vistiendo la camiseta
con la que ha crecido se queden en nada. Abandonemos sus tres Balones de Oro consecutivos
en el rincón más escondido de nuestra frágil memoria.
Silenciemos las voces que
se rindan ante él. Borremos de nuestras retinas las obras de arte más bellas
jamás vistas sobre el césped que llevan su firma. Neguemos que todos, en algún
momento u otro, nos enamoramos de él y de su fútbol. Quitémosle mérito a su lucha, tanto la que mantiene contra sus enemigos como la que le enfrenta a sí mismo. Pongámosle techo e impidamos que siga siendo capaz de agotar las palabras que hablen de él. Hagamos de su nombre –y del número 10- un tabú. Prohibamos que los niños quieran ser como él.
Insistamos, incansables, en decir que
ese pequeño que un día nos dijo que no olvidáramos su nombre no existió, y que
sólo fue quien fue en la cabeza de quienes alguna vez soñaron con que había un
mundo, el del fútbol, en el que la magia podía dejar de ser una utopía
inalcanzable.
Mantengámonos impasibles ante la
realidad de que el fútbol es un reflejo más de la vida, en la que a veces se
gana…pero también se pierde. Y que incluso los más grandes, pueden equivocarse
alguna vez.
* * *
Leo, gracias por equivocarte y por enseñarnos que los errores, al fin y al cabo, siempre acaban haciéndonos un poco más fuertes. Y es que a veces, para ser el mejor -y Messi lo es y lo será a pesar de todo-, uno tiene que haber aprendido antes a caer.

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