'El fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes'


sábado, 31 de marzo de 2012

El día en que Europa se enamoró (otra vez) del Athletic.

'Yo no me muero sin pisar San Mamés'. Estas son ocho palabras que no me abandonan nunca desde hace ya algún tiempo. Y tengo que darme prisa si quiero poner los pies en el templo del fútbol. El traslado es casi inminente, y mi deseo vive en una constante contrarreloj que no tiene freno.

Y aunque mis colores son otros bien distintos, para qué negarlo... El Athletic es uno de esos equipos que me han robado el corazón. Y si fuera sólo a mí... Pero no. Muy pocos pueden negarse a rendirse alguna vez que otra al conjunto que hoy funciona (y sueña también) bajo las órdenes de Marcelo Bielsa, considerado por mucho el 'maestro de los maestros'.

Y ese 'amor' que algunos sentimos por el equipo de Bilbao, más apasionado que fiel, ya no sólo sobrevive entre las cuatro paredes de nuestro país. Ahora también ha traspasado fronteras, y va más allá. Mucho más allá. Y todo por culpa de la garra de unos chicos que no se esconden nunca. Y que no se rinden ni tiran la toalla. Que por muy mal que vayan las cosas siempre son capaces de salir a flote con más fuerza, si cabe, que antes, y dejando a propios y a extraños con la boca abierta. Marca de la casa, 'made in Lezama'.

Europa se ha enamorado del Athletic. Y se enamora no una, ni dos veces. Quizás tampoco sean sólo tres. Una y otra vez, semana tras semana, el sueño que mantiene vivos a los de Bielsa en la Europa League es el sueño de todos a los que reservan parte de su vida al fútbol. De forma activa o pasiva, qué más da. Soñamos con ellos y sonreímos con cada victoria. Aplaudimos cada gol y agotamos las palabras para hablar de un equipo que nos ha regalado noches -aún siendo muchas, parecen pocas- mágicas a lo largo de la historia. Los 'otros', los demás, esperamos con ansia, ilusión y expectación el día en que nos toca enfrentarnos al Athletic, porque sabemos que sobre el césped veremos fútbol puro y duro, sin nada que lo estropee ni lo contamine. Sólo fútbol, del mejor. De calidad. Del que hace vibrar y sufrir hasta el último instante.




El jueves, el Athletic volvió a enamorar a Europa. Sí. Otra vez. Porque los chicos de Bielsa no tuvieron bastante con hacer leyenda al borrar del mapa a un grande como el Manchester United. Enfundados en el traje de 'matagigantes', los héroes del conjunto vasco hicieron suyo el 'Teatro de los sueños', un Old Trafford que fue testigo de lo imposible, y de unos de los mejores partidos que he visto en los últimos tiempos. Y la vuelta en San Mamés, sólo fue un paso más, entre tantos pasos que han llevado al Athletic a estar donde está.

El escenario que silenció el pasado jueves, sin embargo, fue otro. El Veltins Arena. La casa del Schalke 04 de Raúl. No fue fácil. Las cosas empezaron mal. El partido era un ir y venir de unos y otros, un encuentro loco y apoteósico en el que todo puede pasar, y en el que si pestañeas, te lo pierdes. Y perdérselo hubiera sido un error (casi) imperdonable.

Enfrente, Raúl. Uno que no se cansa nunca de hacer lo que mejor sabe. Cuyas botas parecen impregnadas eternamente de un fútbol que no se agota ni se diluye, y que permanece intacto a pesar del paso del tiempo. Él solito puso entre las cuerdas a los de Bielsa, antes de que llegara el descanso y de que cambiara todo el guión de la historia del partido. Fernando Llorente volvió a demostrar que es uno de los firmes candidatos a ocupar una de las plazas destinadas a los delanteros en la Selección Española en la Eurocopa 2012. Su estado de forma es a día de hoy irreprochable e inconmensurable. Todo lo que toca, o casi, muere en el fondo de la red. Y De Marcos y Muniain, los encargados de firmar los dos últimos tantos del 2-4 ante el Schalke-, sin palabras... El futuro está en sus manos, y pronto, si es que no lo son ya, pasarán a formar parte del grupo de los 'grandes'. De los que todos recuerdan su nombre y de los que nadie puede hablar mal de ellos. Su hambre puede con todo.

Y así es como el Athletic acaricia las semifinales de la Europa League. Sembrando sueños e ilusiones por doquier. A un paso de otra final que se sumaría a la de la Copa del Rey y que haría de la temporada de los de San Mamés un año de 10. Aunque ya lo es ahora.

Esta noche se enfrentan al Barça de Guardiola. Dicen que llegan cansados, porque apenas han tenido 47 horas de 'resaca', pero si de algo estoy segura es que este Athletic nunca muere. Y tampoco lo hará hoy. Puede perder, pero no hay duda de que el espectáculo, su show, está más que a salvo.

¡Que viva el fútbol!

martes, 27 de marzo de 2012

¿Qué pasa con Emery?


Reconocer que el nombre de Unai Emery está el saco de los mejores técnicos que a día de hoy existen en el fútbol español no es un error ni un disparate. Tampoco es equivocarse. Sólo es rendirse ante la evidencia, aunque su camino en el Valencia esté ahora repleto de piedras que entorpecen su andar.

Sí, Unai tiene un pie y medio -sino dos- fuera del equipo levantino. Y sí, su futuro parece estar más lejos de Paterna que nunca, pero su trabajo y su manera de hacer son irreprochables. Aunque no guste a todo el mundo, aunque sean muchos los que no le quieren al frente del banquillo ché y quienes piden, día sí y día también, su salida.

De los últimos 45 puntos en juego en Liga, el Valencia sólo ha sumado 17. Cuatro victorias, cinco empates y seis derrotas han sembrado la duda en el seno del club y en la grada de Mestalla. Una grada que incomprensiblemente arde en deseos por que Emery deje de ser el técnico de su equipo. Y digo incomprensiblemente, porque no se entiende que se pida la cabeza de un entrenador que ha mantenido al Valencia en lo más alto posible, teniendo en cuenta que el imperio de dos gigantes intratables como Barça y Madrid es inalcanzable para los demás. Terceros en Liga y vivos en la lucha por la Europa League... que le pregunten, sino, a muchos otros equipos, a muchos otros técnicos y a muchos otros seguidores cuánto darían por estar en la misma situación que el Valencia. Pocos se negarían.

Entiendo que las sensaciones sean malas tras encadenar resultados no demasiado buenos. Entiendo que la gente tiemble viendo a una defensa floja y que se derrumba. Entiendo que el ánimo decaiga y que las cosas se vean negras ahora que la tercera plaza está en peligro ante el empuje de los que vienen atrás, de los Málaga, Levante, Osasuna, Espanyol y demás que aún no tiran la toalla, ni por el bronce ni por un cuarto que abre las puertas al sueño de la Champions. Entiendo el enfado y el malestar de una grada acostumbrada a vivir grandes momentos en las últimas décadas y que ahora ven que éstos se diluyen, quedando al borde de la desaparición.

Pero no entiendo las críticas a Unai Emery. Ni las entiendo, ni las comparto. Porque si hay algo que caracteriza al técnico vasco desde que cogió las riendas del Valencia en la temporada 2008-2009 es su apuesta por el fútbol atrevido, por jugar de tú a tú también a los más grandes, llegando, incluso, a ponerles contra las cuerdas. Echarle la culpa a alguien que ha tenido que sobrevivir al 'adiós' forzado de las piezas indispensables del puzzle valencianista -véanse David Villa, David Silva y Juan Mata- y que ha tenido que volver a construir el castillo desde abajo confiando en futbolistas jóvenes que apuntan maneras pero que necesitan crecer -Jordi Alba, Sergio Canales, o el propio Roberto Soldado-, o a alguien que ha sabido apagar alguno de los incendios que se han producido en el vestuario, es de cobardes. De no saber reconocer que no hay un único responsable y que, por tanto, las culpas deberían ser compartidas por todos -y cuando digo todos, me refiero precisamente a eso, a todos- y no centradas sobre la cabeza de uno solo.

¿Es Unai el gran incomprendido? ¿Es justo echarle la soga al cuello?

Sea como sea, y con su futuro en el aire, los próximos partidos del Valencia -ante el AZ Alkmaar en Europa League y el derby ante el Levante de este domingo- se antojan como dos verdaderas finales para un Emery al que parece que se le ha agotado el crédito en un club que parece haber dejado de creer en él.


miércoles, 21 de marzo de 2012

La magia inextinguible de un pequeño que alcanzó el cielo






Érase una vez un niño de 24 años que desde que era muy pequeñito soñó con tocar el cielo del fútbol. Se llamaba Leo, y alguna vez su sonrisa tímida nos había dicho que no olvidáramos su nombre, como si ya entonces supiera que él iba a ser el protagonista indiscutible de las escenas más bonitas que la historia del fútbol nos acabaría regalando.

Leo había empezado a soñar en las calles de Rosario, aunque quizás nunca imaginó que sus sueños llegarían tan lejos y que se transformarían en una realidad que haría feliz a millones de personas alrededor del mundo. Era muy chiquitito cuando dio su primera patada a un balón. A penas tenía cuatro añitos, y no sabía que un gesto tan inocente como aquel -el de empujar un balón- sería su primer paso en un camino sublime marcado por momentos imborrables que se quedarían en la retina de los enamorados del fútbol.


Si hubiera podido escoger, es muy probable que hubiera elegido crecer al lado de su abuela, a quien Leo tanto quería. Pero ella se fue. Y lo hizo para no volver, para siempre, aunque su pequeño, su verdadero ojito derecho, jamás la olvidó. Tan sólo tenía que levantar la cabeza hacia el cielo y repetir en voz muy bajita, casi en silencio, un 'esto va por ti' que quizás escondiera, en realidad, un 'te quiero'.

Así, sin soltar su manita de la de su abuela, el chiquitín creció. Su única obsesión, su única droga, era el fútbol. El fútbol... y el balón, que pareció coserlo para siempre a sus pies. Quienes le veían, sabían que ese niño guardaba en sí una magia al alcance de muy pocos, y ya entonces sabían que su futuro estaba escrito y que tenía reservado un lugar firme e indiscutible en el olimpo del mundo del fútbol.

Pero él era ajeno a todo ello. Con la humildad como su más preciado tesoro bajo el brazo, Leo se aislaba de todo cuanto pasaba a su alrededor. No importaba que poco a poco fuera agotando las palabras a aquellos que intentaban buscar un término que lo definiera sin dejar lugar a dudas de quién y cómo era ese chico argentino que, sin hacer demasiado ruido, sedujo a tantas y tantas personas. Él...a lo suyo,incansable, inagotable.Escribiendo día a día nuevas páginas en la historia del fútbol, y cada una de ellas más inédita y brillante que la anterior. De esas que no se borran, de esas que no se olvidan y que permanecen intactas aún a pesar del paso del tiempo. Se dedicaba a romper todas las reglas de las matemáticas, a coleccionar balones -algunos de ellos, de oro-, a recoger elogios a donde quisiera que fuera, a escuchar cómo millones de voces coreaban su nombre -algunas veces gritando, otras callando-, a dibujar sonrisas en los que veían en él su propio reflejo y en los que querían ser como él, a construir ilusiones en aquellos que parecían haberlas perdido, y a devolver la esperanza a quienes ya no la tenían.

A hacer grande el fútbol.

Érase una vez un niño de 24 años que desde que era muy pequeñito soñó con tocar el cielo del fútbol...y lo tocó. Un niño llamado Leo Messi.

El 20 de marzo de 2012 será recordado como el día en que Leo Messi engrandeció su nombre al convertirse en el máximo goleador de la historia del Barça superando al mítico César gracias a sus 234 goles. El día en que se confirmó, quizás más que nunca, que es leyenda vida del fútbol y que sólo en sus manos -o, mejor dicho, en sus pies- está el pasar a ser el mejor futbolista de los tiempos. Si es que ya no lo es...

*Los vídeos publicados en este blog están extraídos de Youtube





lunes, 19 de marzo de 2012

¿Acabará la maldición de Lotina en el Villarreal?

Por Marc Rodríguez Sedano (@Marcrs90)



Miguel Ángel Lotina entrenará al Villarreal hasta final de temporada. “Que hablen de mí, aunque sea mal”, debió pensar el técnico vizcaíno, después de la disparidad de opiniones que suscitaron los rumores que han acabado por confirmarse: Lotina, al mando del ‘submarino’.

Si ponerse a manejar una nave no es sencillo, aún es más costoso coger el timón cuando la situación es crítica y las alarmas empiezan a sonar. El Villareal es ahora mismo decimoséptimo, a sólo tres puntos del descenso, y lo peor es que la moral del equipo va amilanándose jornada tras jornada. Al conjunto amarillo le falta el empuje y las ganas de crear fútbol. Parece que en Castellón hayan olvidado el juego vertical, organizado y directo que venían practicando desde la temporada 2005-2006 –la época dorada del Villareal- con grandes hazañas como alcanzar las semifinales de la Liga de Campeones. Unos años en que Villareal era sinónimo de peligro. Un peligro que se ha ido difuminando y prueba de ello es la situación actual.

Esta campaña el proyecto de Juan Carlos Garrido se quedó obsoleto y el de su heredero, José Francisco Molina, tampoco ha dado frutos. Es por eso que se decide contratar a Miguel Ángel Lotina, que llega a ‘La Plana’ con los argumentos de haber ascendido a Numancia y Osasuna a Primera División y la Copa del Rey que cosechó con el Espanyol en 2006. Con este currículum impoluto, cualquiera se decantaría por el míster vasco, sí. El problema es que hay más de una afición que no acabó del todo satisfecha con él, pues Lotina también descendió a Segunda a Celta, Logroñés, Real Sociedad y al Deportivo de la Coruña esta pasada temporada.

Y la realidad del Depor de hace un año se asimila a la del Villareal. Pasado reciente glorioso, retoques económicos, incorporación de nuevos jugadores que no acaban de adaptarse al proyecto y venta de ‘cracks’. Y es por eso precisamente por lo que deben andarse con cuidado los de Castellón. A estas alturas de la temporada pasada, el Depor, con Lotina en el banquillo, era decimocuarto con 31 puntos, cuatro más de los que ahora tiene el Villareal.

No, no creo que Lotina fuera el único responsable del descenso del equipo, pero su falta de ambición y desdeñar la magia de Juan Carlos Valerón, fueron privilegios que el Depor no se pudo permitir. Y no es por criticar los métodos del vasco, pero el tiempo ha acabado dando la razón al fútbol, a Valerón y al artífice de que todo fluya: José Luis Oltra. Distinto entrenador, distinta mentalidad, distintos resultados, pero con la misma plantilla. ¿Casualidad? Gran apuesta deportiva la de Oltra que está haciendo disfrutar a la afición blanquiazul de nuevo. Un Depor que ahora es líder de Segunda en solitario con 63 puntos.

Pero el fútbol es fútbol y da tantas vueltas que no podemos asegurar absolutamente nada. Lo que está claro es que nunca llueve a gusto de todos. Lotina: alabado por unos, verdugo de otros y ahora, capitán al mando del ‘Submarino’ hasta final de temporada. ¿Saldrán a flote?

martes, 6 de marzo de 2012

Nada es imposible cuando luchas.

Sueñas. Crees que es imposible. Pero se hace realidad.
Y eres feliz. Irremediablemente feliz.


[Abuelo, Marc. Por vosotros]

Era miércoles. Un miércoles de marzo. Hacía frío, el invierno aún no había dicho su última palabra, todavía no quería decir 'adiós'. La del 6 de marzo de 2002 era una de esas típicas noches en las que sólo te apetece quedarte en casa al abrigo de una manta.

Sin embargo, no. No era una noche cualquiera. El Bernabéu brillaba como nunca. Lleno hasta la bandera, y con todos los ojos puestos en él, el feudo madridista preparaba una gran fiesta. Su fiesta. La de un equipo, el Madrid, que a lo largo del tiempo se había convertido en uno de los más grandes de la historia y que ese día, precisamente ese día, estaba de cumpleaños. Y no era precisamente un aniversario como los demás. Era especial, irrepetible.

100 años. Un siglo. Los blancos, centenarios al fin.

Y aquella temporada quisieron celebrarlo a lo grande, y por ello, se dejaron la piel por ser uno de los protagonistas de la final de la Copa del Rey. El escenario no podía ser otro. O, mejor dicho, no debía ser otro. Allí, aquella noche, el césped del Bernabéu dio la bienvenida a los suyos y a aquel Deportivo de los Fran, Djalminha, Mauro Silva, Capdevila, Valerón, Tristán y compañía que durante los primeros compases del siglo XXI enamoró a propios y extraños con la magia de su fútbol.

En las horas previas al partido, a la gran cita del fútbol español, nadie era capaz de imaginar que una vez agotados los noventa minutos, toda una ciudad -A Coruña- y millones de rincones más repartidos en otros lugares, conocerían una cara más de la felicidad. Esa felicidad que sientes cuando algo que creías imposible, algo con lo que quizás sólo podías soñar, se vuelve posible. Más aún, cuando lo imposible se vuelve realidad.

Cuando Mejuto González señaló que el crono en la final ya marchaba hacia atrás, que se consumía el tiempo a la vez que avanzaba, cualquiera hubiera puesto la mano en el fuego por que el Madrid de los galácticos tendría su final feliz en una historia que aquella noche se cerraba. 'La sensación que teníamos de que parecía que ellos ya habían ganado antes de jugar nos hizo más fuertes, pero en sus futbolistas no percibí esa confianza', aseguró años después Scaloni, uno de los integrantes del barco comandado por Irureta.

No importa qué pasó sobre el terreno de juego. Más o menos, nos sabemos el cuento. Quién marcó, y quién fallo. Quién ganó, y quién perdió. Sólo que el Depor dio un golpe sobre la mesa. Fuerte, seco, cuyo eco repetía una y otra vez 'aquí estoy yo, aquí estoy yo...'. El conjunto herculino había sido el invitado inesperado en una fiesta que se antojaba blanca y que se tornó blanquiazul. El culpable de que 'La Rianxeira' silenciara la grada blanca, haciendo imposible que cualquier voz que no fuera proyectada desde la garganta de un aficionado de los coruñeses fuera escuchada, de que las lágrimas de muchos fueran las lágrimas de todos. Y ya se sabe que cuando uno llora de felicidad es porque algo grande le ha pasado.

El 'Centenariazo' lo fue. No sólo supuso un duro revés para un Madrid que se creyó antes de tiempo que era dueño y señor de aquella Copa que finalmente levantó Fran, sino también el clímax para un Deportivo que en los años previos a aquella final del Bernabéu había pasado de ser un equipo pequeño a tocar el cielo.

Aún pone los pelos de punta recordar aquella noche. Aún muchos corazones -sobre todo los deportivistas- vibran con la misma intensidad de antaño. Una década después, el recuerdo sigue más vivo que nunca.



Con la esperanza de que el final feliz que tuvo el Depor aquel 6 de marzo de 2002,
[Abuelo, Marc. Volverán]


Si no haces nada, nada pasa