Difíciles de abrazar, por no decir prácticamente imposibles, los finales felices parecen ser esos eternos fugitivos con los que nos cruzamos en algún que otro momento en nuestras vidas, aunque nos empeñemos una y otra vez en perseguirlos sin descanso hasta intentar alcanzarlos. De hecho, incluso en algunas ocasiones, cuando creemos haberlos atrapado, se escapan de nuestras manos. Por mucho que cerremos los puños, por mucho que pretendamos impedir su salida. Aún así, y aunque cueste encontrarlos, los finales felices existen. Quizás sean pocos, pero suficientes, y hallar uno de ellos es siempre un motivo para sonreír.
Ayer Riazor volvió a creer en ellos. Y los corazones de miles de aficionados deportivistas se encogieron de nuevo, aunque esta vez no lo hicieron para después, sino para reír. 372 días después, el Depor convertía en realidad una promesa que nació de una de las noches más tristes que el equipo blanquiazul ha tenido que digerir en los últimos tiempos. Las lágrimas derramadas tras aquel descenso que tanto dolió se transformaron en el empujón del que se han valido los hombres de José Luis Oltra para volver a la categoría de oro del fútbol español, como si el infierno de Segunda sólo hubiera sido un pequeño paseo que les regalaba una oportunidad única de renacer de sus propias cenizas, de resarcir los errores del pasado.
'Lo que no mata, te hace más fuerte'. Eso dicen. Y el Depor no murió. Puede que tras la dramática jornada del pasado curso agonizara, pero no bajó los brazos en ningún momento. Hubiera sido mucho más fácil dejarse llevar y esperar a que la suerte se pusiera de su lado y conseguir así, quizás, que la propia inercia les condujera de nuevo a la categoría que abandonaron y que ahora han recuperado. Pero ese 'dejarse llevar' era más enemigo que amigo, y el equipo blanquiazul persiguió su propio final feliz a base de lucha y esfuerzo.
No fue fácil. No fueron pocos los momentos en que se sufrió, en los que parecía que los fantasmas de antaño podrían tirar al traste todas las opciones del regreso más esperado. Hubo días en que todo iba bien, y muchos otros difíciles, en los que nada salió como debía. Diciembre fue, probablemente, el punto de inflexión. A partir de entonces, y tras encadenar 16 victorias en 18 partidos, los de Oltra quisieron dar un golpe sobre la mesa y hablar alto y claro: querían recuperar su lugar en Primera y lucharían por ello hasta el final. Y así lo hicieron.
Y jamás caminaron solos. No hubo silencios en Riazor. Ni reproches. El Depor consiguió su sueño de volver a estar entre los mejores del fútbol español, y lo hizo acompañado de una afición que esta temporada ha demostrado estar a la altura. De 10 el inagotable soporte que han concedido a unos jugadores que les han devuelto a cambio la sonrisa y la ilusión. Más que nunca, la afición deportivista se convirtió en el jugador número 12. Y aún cuando todo parecía complicarse más de la cuenta en las últimas semanas, nadie tiró la toalla y todos -jugadores, técnicos y aficionados- mantuvieron la esperanza hasta el último minuto. Sucedió en Tarragona ante el Nàstic (Xisco dio la victoria a su equipo en el 94') y también ayer ante el Huesca, al tener que remontar un partido que se le había puesto cuesta arriba tras el gol visitante y que hizo temblar a más de uno en su asiento o donde quiera que estuviera.
La magia inmortal de Valerón. La confianza que concede Aranzubía. La versatilidad de Colotto. La innegable calidad de Guardado. Los goles de Riki y Lassad. Xisco disfrazado de héroe. El brillante trabajo de un Oltra que supo enderezar a un equipo golpeado por el infierno del descenso y resarcir cualquier herida abierta. El compromiso y el esfuerzo de ellos y otros muchos otros fueron los protagonistas en este capítulo de la historia del Depor quizás no tan grande como otros, pero que sí ha servido para renacer con más fuerza que nunca.
El Deportivo pareció hacer suyas esas palabras de 'permitido caer, obligatorio levantarse'. Y es que ayer Riazor se reencontró con la sonrisa.
Esta vez, sí hubo final feliz.