El miedo es inútil. Una trampa en la que es demasiado fácil caer. Un fantasma incómodo que torna lo posible en imposible. El peor de nuestros enemigos. Lo es en la vida... y en el fútbol. También ahí es difícil escapar a él.
En el Bernabéu, el Madrid fue una víctima más de ello, y comprobó que jugar con miedo es sinónimo de condena prácticamente inequívoca. Era el escenario perfecto, la situación idónea, el adversario anhelado ante el que dar un golpe sobre la mesa y demostrar entonces que el Barça puede ser destronado y que los de Mourinho son capaces de arrancarle la etiqueta de número uno a su eterno rival.
Y sin embargo... No. El Madrid no aprende. No sabe ganarle al Barça. Poco importa que hasta ahora hayas sido una máquina casi indestructible, que dejes en cada estadio que pisas un saco de goles o que se note que has dado un paso al frente con respecto a años anteriores. Qué más da. Ante los de Guardiola, los blancos volvieron a mostraron su peor cara. La más frágil. La misma historia de siempre. Y es que una vez más, el error del Madrid fue creer que tenía ganado el partido ya antes de que los noventa minutos echaran a andar. Eso, e ignorar dos lecciones que cualquier equipo debería no olvidar: nunca des por muerto a tu rival y no salgas a por el empate si no quieres hacer crecer las posibilidades de perder.
El Madrid lo hizo y volvió a ser un equipo pequeño ante el Barça. ¿Por qué? Por el miedo. Porque si no, no se entiende que un equipo al que le regalan un gol a los veintidós segundos de partido se encierre atrás y no se eche encima del rival para acabar de matarlo. O que cuando el contrario empata parezca que a tu equipo se le ha olvidado cómo se juega el fútbol y que vuelva a ser vulnerable. Y todo ello sin que los once que tienes delante jueguen su mejor partido, una circunstancia que aún te deja más en evidencia. Es difícil de creer, pero innegable que el gran problema del Madrid sigue siendo el Barça.
Un Barça que no hizo un partido perfecto, ni mucho menos. La defensa parecía estar en otro lugar. En cualquier otro, menos en el Bernabéu. Sólo Puyol dio la seguridad que se necesita en una cita del calibre de la de ayer. Durante los primeros quince minutos (quizás un poco más), el Madrid ahogó a los azulgrana, que perdieron demasiados balones, como hacía tiempo que no sucedía. Y ya se sabe que tantas interrupciones en el juego no son el mejor aliado de los de Guardiola.
Pero entonces, apareció él. Es vergonzoso que todavía haya personas que duden de quién es el mejor del mundo. Me parece increíble que aún muchos se pregunten si hemos visto o veremos a alguien como Leo Messi. 'El pequeño más grande'. Nunca unas palabras hicieron tanta justicia. Lo del argentino con el fútbol es algo indescriptible y difícil de imitar. Irrepetible. No marcó en el Bernabéu, pero de sus botas nació el primer gol. No hizo un partido de 10, pero si perdía un balón, no paraba hasta volver a recuperarlo, aunque tuviera que recorrerse todo el campo para hacerlo. Cuando el Madrid dejó huecos a Messi, el Barça respiró.
Y después Iniesta. Tal para cual. La media hora que se marcó el manchego antes de ser sustituido es digna de enmarcar. Fueron los mejores minutos del Barça, y los peores de los de Mourinho, que para entonces ya habían tirado la toalla, y a los que la desesperación y la resignación ya empezaba a apremiar. Iker Casillas, sin el que el Madrid no sería tan Madrid, era el reflejo de lo que sucedía: su equipo había devuelto las alas a un Barça al que si se le deja volar, vuela.
Al Bernabéu sólo le faltó aplaudir. Sin embargo, calló y se limitó a ser testigo de cómo el Barça bajaba un poco de la nube al equipo blanco, que creyó que los títulos se ganaban en diciembre. Los de Guardiola volvieron a ser un vendaval que arrasó con todo a su paso. Los pesos pesados del Madrid no fueron suficientes. Ni Mourinho -del que quiero reconocer para bien que ayer tuviera ciertos gestos que lo alejan del perfecto papel de malo malísimo que interpreta un día sí y otro también- con su once titular y sus cambios, ni Cristiano Ronaldo -dejémonos ya de absurdos debates Messi-CR9, el portugués en los partidos grandes desaparece y se vuelve irreconocible- pudieron hacer nada por frenar a un Barça imparable. Nadie.
El fútbol volvió a poner a cada uno en su lugar.
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