Hay sueños de todo tipo. Están los buenos que nos hacen las noches más dulces, los felices que nos arrancan una sonrisa aún con los ojos cerrados, los tristes que nos obligan a llorar, las pesadillas que nos atormentan y nos recuerdan nuestros miedos más profundos y a veces escondidos en un rincón, los imposibles que en ocasiones frenan nuestros corazones, los surrealistas más típicos de una película que de la vida real... Hay donde elegir. Pero también hay los que están al alcance de aquel que se acuesta cada noche con la esperanza de que al despertar las cosas vayan como siempre ha soñado. Los que a priori parecen tan irrealizables que incluso a veces nos hacen desistir, pero que un día inesperado -un día cualquiera, qué más da- abandonan el mundo de Morfeo y se hacen realidad.
Y es precisamente este último sueño el que está viviendo el Mirandés, un equipo que semana tras semana convive con la categoría de bronce del fútbol español, la Segunda B, y que seguramente nunca imaginó que un mes de enero escribiría una página en la historia del deporte rey de este país; que es probable que ni en el mejor de sus sueños -el de sus jugadores, el de su entrenador, el de sus aficionados- nunca antes hubiera tenido la oportunidad de ver cómo el pasado martes su campo, Anduva, se convertía en el centro del mundo del fútbol, con todos los ojos puestos sobre un conjunto que se ha convertido en la Cenicienta de la Copa del Rey más incansable en su empeño por tener un final feliz. Como en los cuentos, como en los sueños que tanto nos gusta tener a veces.
Quizás el nombre del Mirandés no estaba en las quinielas de los equipos que más lejos llegarían en el torneo copero, pero poco a poco, los hombres de Carlos Pouso se adueñaron de la etiqueta de 'matagigantes'. Villarreal, Racing y Espanyol han sido sus víctimas hasta ahora, cayendo en las garras de un equipo que tras comprobar que nada es imposible, tiene más hambre que nunca por plantarse en la final del Bernabéu en el mes de mayo. Se han enfrentado a todo: a eliminatorias que se pusieron muy difíciles, como contra los de Mauricio Pochettino que en cinco minutos para recordar lograron dar la vuelta al marcador en Cornellà-El Prat, dando un paso muy importante para clasificarse para las semifinales que después se tornó inútil en casa del Mirandés; a cargar con el peso de ser el equipo más pequeño y con menos presupuesto de los que quedan vivos en la Copa. A todo. Pero incluso con el viento en su contra, ahí está el Mirandés, haciendo grande el fútbol y recordándonos que no todo gira entorno a los de siempre. Que hay más vida más allá de Barça y Madrid. Que las grandes historias de este deporte no siempre son sobre las que más se habla.
Pero si algo agranda más todavía el camino que el Mirandés ha logrado construir en esta Copa del Rey es que es un equipo formado por chicos 'normales', de la calle. Lejos quedan los focos de las cámaras y las disputas publicitarias por los derechos de un jugador. Son personas que disfrutan de su pasión -el fútbol-, pero sin olvidar en ningún momento que eso no es suficiente para que ellos y sus familias 'sobrevivan' día a día. Sólo hace falta ver a Pablo Infante, un gran jugador que está demostrando que podría jugar en Primera sin ningún tipo de problema, renunciando a la celebración por el pase a semifinales porque sabe que para él al día siguiente no hay fiesta, sino que un despertador le hará levantarse de la cama muy pronto para ir a trabajar.
Y, sin embargo, lo que menos quieren ahora en el seno del Mirandés es que precisamente un despertador rompa su sueño. Son conscientes de que la final está cerca, pero también saben que con sólo la ilusión no bastará para dejar en el camino a un Athletic abonado a este torneo y cuyo campo, San Mamés, es un fortín. Pero si algo ha dejado claro el equipo que tiene enamorado a media España, es que se dejarán la piel si hace falta sobre el terreno de juego para seguir haciendo historia.
No es fácil, y a día de hoy el cielo y...un cielo un tanto más pequeño -imposible que haya infierno para los de Pouso aunque caigan ante los de Bielsa- están igual de cerca. El Mirandés no quiere despertar.
Quiere seguir soñando.
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